lunes, 27 de agosto de 2007

La Ley Seca en Estados Unidos

De 1919 a 1933 estuvo vigente en Estados Unidos una de las leyes más absurdas jamás promulgadas en ese país. El problema actual del narcotráfico tiene su origen en aquella disposición.
SEPTIEMBRE, 2005.
Cuántas jaquecas y problemas se habría ahorrado la sociedad norteamericana de no haber sido por esta enmienda. Se trata de una pifia cuyas consecuencias repercuten hoy con fuerza inaudita; una pesadilla que ha vulnerado no sólo a la reputación de Estados Unidos sino a sociedad entera. Fue, también, una ley que atentaba directamente contra la libertad del que entonces era el país más libre del mundo.

El problema principal de la Ley Seca es que atacaba las consecuencias, no las causas, algo que, como se ve, la empareja --con los mismos infructuosos resultados-- con las leyes antidrogas actuales que son, en buena medida, hijas directas de aquella ley que es unánimemente considerada inútil e incluso ridícula.

La Enmienda Volsted empezó a cocinarse poco antes de la Primera Guerra Mundial (1914) cuando fueron publicados los altos índices de ausentismo laboral como consecuencia del alcohol. En realidad éstos no eran mayores que los registrados, por ejemplo, en Irlanda, pero sí alarmaron a lo que podríamos llamar "buenas conciencias" del Senado norteamericano. Asimismo, ¿qué ejemplo estaban dando esos políticos quienes celebraban sus reuniones con una botella de whisky al centro de la mesa? ¿Adónde iban a parar la sociedad y las nuevas generaciones?

La primera respuesta llegó por la vía impositiva. Ingeniosamente las compañías destiladoras habían conseguido que sus productos tuvieran gravámenes increíblemente bajos. Este había sido un gancho para que desde Europa se instalaran gente como los Anheuser y Busch, procedentes de Alemania y creadores de la famosa cerveza Budweiser. Ciertamente los destiladores obtenían enormes ganancias aportando muy poco al fisco, pero debemos recordar que ello se daba dentro de un sistema mercantilista y apapachador que había producido monstruos monopólicos como la Standard Oil, origen de la fortuna Rockefeller.

Se gravó entonces con mayores impuestos al alcohol pero los índices de consumo variaban poco, y fue cuando un grupo de senadores cuáqueros lanzaron la iniciativa, de nombre Volsted Act y que era ampliamente respaldada por el presidente Warren Harding, enemigo declarado del alcohol. Según la enmienda constitucional, la venta de licores "minaba la cohesión familiar" y "ponía en peligro a nuestras instituciones" de modo que proponía, como solución mágica, prohibir su venta en todo el territorio norteamericano incluido Hawai, por entonces un protectorado. De esa manera los índices de alcoholismo disminuirían satisfactoriamente. "Hay demanda porque hay oferta", arguyeron los senadores puritanos.

Poco antes de dejar la presidencia, Harding firmó la enmienda la cual entró en vigor en 19 de junio de 1919. Irónicamente se brindó por la prohibición con el mejor whisky.

No se duda que la Prohibición haya entrado en vigor con la mejor de las intenciones aunque también con una ingenuidad espeluznante. ¿Qué acaso los senadores desconocían la ubicación geográfica de Estados Unidos, que comparte frontera con dos países con amplia tradición en la fabricación de licores? ¿Nunca cayeron en la cuenta que las fronteras norte y sur conformaban casi 11 mil kilómetros? ¿Ignoraban que el dólar norteamericano era más fuerte que el dólar canadiense y el peso mexicano? La explicación más sencilla: el aislamiento político de Estados Unidos pesaba más que cualquier razonamiento lógico.

Se encargó al FBI interceptar y destruir los alambiques ilegales que, fuera ya de todo control sanitario, con frecuencia producían alcohol adulterado convirtiéndolo en veneno puro. De un día para otro quien supiera fabricar licores --entre ellos, por supuesto, los empleados despedidos por las compañías cerveceras-- legaron a tener tanto valor como alguien que hoy poseyera la fórmula de la invisibilidad. Pero dado que la Prohibición estaba produciendo ganancias enormes a los traficantes, no resultó difícil corromper a los agentes del FBI quienes en aquel entonces percibían salarios bastante bajos, lo que los hacía sobornables.

El floreciente mercado negro fue rápidamente acaparado por los mafiosi sicilianos quienes habían llegado a Estados Unidos desde mediados del siglo XIX como mercaderes. Pero su escasa preparación los había relegado dentro de la sociedad de modo que realizaban los trabajos más rudimentarios para poder subsistir. La mayoría procedían de Sicilia, isla del Mediterráneo que por siglos había servido como "estación de paso" para contrabandistas de toda laya, desde comerciantes de esclavos hasta puesto de abastecimiento europeo rumbo al Medio oriente y Norte de África. Los habitantes de esta isla, junto con Cerdeña, llevaban en la sangre todas las argucias y trucos del comercio ilegal.

Con torpeza inaudita los legisladores pasaron por alto un detalle obvio: las fronteras con México y Canadá. ¿Acaso creían que Estados Unidos geográficamente era una isla?

Esa no era su intención al llegar al Nuevo Mundo pero al decretarse la Prohibición se encontraron ante un mercado virgen al que podrían explotar dada su experiencia. La palabra mafia, que hasta ese momento definía a un grupo de clanes familiares que realizaban alianzas comerciales y matrimonios entre sí para defender sus intereses, se convirtió en sinónimo de crimen, corrupción y chantajes.

Estos clanes no tardaron en adueñarse del mercado de los alambiques ilegales y, claro, de toda competencia.. Y contrario a los felices pronósticos de los senadores puritanos, los índices de alcoholismo se dispararon tras la Prohibición; el envenenamiento por alcohol adulterado pasó a ser común en las salas de los hospitales mientras que las ciudades fronterizas con Estados Unidos se llenaban de jauja. Tijuana pasó de ser un villorrio semiolvidado por la capital en una enorme cantina que, a inicios de los veinte, vivía casi en su totalidad del licor; Hamilton, ciudad canadiense fronteriza con Detroit solía llenarse cada fin de semana de consumidores cuyas borracheras duraban hasta el lunes, agravando el ausentismo laboral, y Chicago, situada a orillas de los Grandes Lagos que también hacen frontera con Canadá, pasó a ser la urbe favorita de los capos quienes con los ingresos por alcohol ilegal también financiaban burdeles, casinos y compra de alcaldes y comisarios.

De repente el crimen organizado vio en la Prohibición un regalo de aquellos senadores puritanos, tanto así que les convenía que ésta continuara vigente al tiempo que muchos de sus simpatizantes iniciales exigían su derogación. Durante los años veinte las cerveceras no dejaron de hacer lobbying en el Senado para que la ya nefasta enmienda Volsted quedara sin efecto; argüían que, en perjuicio de los cerveceros norteamericanos, los mercados mexicano y canadiense obtenían grandes utilidades, esto sin contar el enorme daño que dentro del país provocaban los productores clandestinos.

La crisis del 29 agudizó las consecuencias de la Ley Seca. Por principio de cuentas, el hampa norteamericana había descubierto las enormes ventajas del comercio ilegal; tal visión creció sin remedio cuando miles de nuevos desempleados se unieron con tal de sobrevivir. Otro efecto era el alza en el número de fumadores, de modo que la supresión de lo que entonces se pensaba era un vicio -y que hoy sabemos más claramente que se trata de una enfermedad—había traído consigo más calamidades que beneficios.

Para principios de los años treinta quedaba en claro la inutilidad de la Prohibición; magnates de la talla de Rudolph Hearst se declaraban acérrimos enemigos del alcohol en las planas de sus periódicos pero ofrecían fiestas donde existía una completa colección de licores; mientras los centros nocturnos legales tenían más moscas que clientela, los antros subterráneos, ya controlados por la mafia, se enriquecían impunemente. Por fin muchos legisladores se dieron cuenta de algo que afectaba directamente a sus bolsillos; la Ley Seca había privado al fisco norteamericano con alrededor del 5 por ciento de sus ingresos; hay incluso quienes han sugerido que la prohibición contribuyó en buena parte a la debacle económica de 1929.

Por fin, en 1933, el Senado derogó la prohibición con la ironía de que el entonces presidente, Franklin D. Roosevelt, también era abstemio. Los papeles se habían revertido: los legisladores a favor de la Ley Seca fueron acusados de estar en complicidad con el crimen organizado el cual, para entonces, era el gran beneficiario.

Súbitamente la venta clandestina de alcohol dejó de ser redituable, y no pocos traficantes se arruinaron al poco tiempo mientras que otros decidieron retirarse del negocio. Asimismo, las muertes por intoxicación disminuyeron drásticamente. A cambio de todo esto, el gobierno norteamericano sometió a los fabricantes a estrictas medidas sanitarias y gravó con fuertes impuestos la venta de alcohol. Por su parte el número de alcohólicos dejó de aumentar como lo había hecho durante los años veinte; una de estas secuelas la tuvimos con la creación de organizaciones como Alcohólicos Anónimos en 1938.

Sin embargo el hampa tenía ya trazado un camino gracias a la Prohibición. Aún le quedaban negocios como la prostitución hasta que su actividad fue legalizada y posteriormente con las tragamonedas y los casinos clandestinos, que fuera un negociazo hasta que el estado de Nevada autorizó los juegos de mesa, y no sólo eso, invitó a los inversionistas del Este para que se instalaran en pueblitos como Las Vegas, Reno, Lake Tahoe y Carson City. Como sabemos, un mafioso neyorquino de origen judío apodado Bugsy Siegel tomó la oferta y abrió un hotel en pleno desierto aunque la aventura terminaría por costarle la vida.

Los problemas más recientes del gobierno norteamericano se remontan a la Prohibición; parece una lámpara votiva cuyos efectos los sentimos aun hoy, traducidos en el alto consumo de drogas que se disparó, cosa rara, luego de ser creada la Drug Enforcement Administration (DEA) en 1972 prácticamente con las mismas razones enarboladas durante la Prohibición, con el agravante de que la materia prima ya no se produce en Estados Unidos.

Los datos indican que el consumo de alcohol disminuyó en un 15 por ciento durante la Prohibición, señal de que, al menos en parte, sí funcionó.

Habrá que preguntarse si por ese porcentaje valió la pena el caos restante.

Pifias Históricas del Siglo XX

1 comentario:

salmarina dijo...

información bastante interesante; la prohibición intensificó el deseo de consumir bebidas alcohólicas; particularmente creo que aprender a autorregularse es la solución, pero eso es un tema para otro momento. saludos.