lunes, 7 de junio de 2010

LO QUE NO QUIERAS OÍR NO LO PREGUNTES

Nadie puede reunir las hojas de un otoño
y sería inútil intentarlo
puesto que no se juntan los labios de un amen,
ni cabe en la mirada
esa noche del mundo que llena exactamente la mitad de la
tierra.
Lo que no quieras oír no lo preguntes,
no lo preguntes nunca,
ya que es innecesario que nos enseñen lo que llevamos en el
tuétano,
lo que sientes caer dentro de ti,
más dentro cada vez,
alucinándote,
hasta que en tu mirada no queda más que un cuadro
maniatado.

Ya se sabe que el hombre por el asunto de la
evolución tiene los pies un poco muertos
y es sabido,
también,
que en la vendimia de violencia que es el mundo actual
se ha ido quedando solo,
más solo cada vez con su venda y su parálisis interna,
por lo cual no es extraño que cerremos los ojos para poder
dormir,
aunque nadie se duerme un año entero
ya que los ojos tienen vacaciones
pero tienen también una función indeclinable
y administrativa,
y pueden ver suicidios, ciudades y mujeres,
como ahora te estoy viendo,
como ahora te estoy viendo con tu perfil que es tan exacto
como un número,
tus labios casi de limosna,
y tus huesudas manos testamentarias.
¿No recuerdas,
amiga mía,
que yo a veces te miro sosteniéndome en ti?
Así he visto tu piel de azúcar distraída,
tu tic parpadeante,
tu delgadez aprendiendo a escribir,
tus huesos prontos pero tan sólo en esa parte de tu cuerpo
donde suele terminar el abrazo,
el álabe de tu cadera que llega suavecito hasta tu vientre
igual que llega el tren a la estación,
y esa sonrisa tuya que confunde tus labios y tus ojos
y está siempre acercándose a ellos
entrevolando una alegría.

Y yo estoy a tu lado,
mi vida,
tal vez mi vida pequeñita,
y el corazón me pesa tanto que lo siento crujir como una
rama se desgaja,
y el beso que te doy se va haciendo cada vez más anónimo,
y en mis ojos ya ha empezado el deshielo
y siento la succión de esa memoria ciega,
esa memoria entablillada
que ata lo que ya nunca se ha de unir
como una ligadura que se afloja y deja el hueso en
tenguerengue.
Así pasan las cosas en mis ojos diarios:
es como si la vida me hubiese hecho un empréstito,
nada más que un empréstito,
para asistir a tu desfile,
ya causa de ello vivo continuamente en el andén de una
estación
donde a veces te acercas preguntando por mí:

-¿Cómo estás, amor mío, cómo estás, cómo estás?,

y yo estoy quieto, quieto,
y la quietud me ha hecho saber que vivir de repente es lo
mismo que morir de repente,
y todo lo que vivo es transeúnte,
y todo lo que pienso carece de importancia,
carece de importancia, amiga mía, porque no tiene arreglo,
y ya no es hora de pensar sino de vivir,
y es justo y necesario
que cada uno de nosotros siga teniendo su propia historia,
y yo tengo la mía,
yo tengo esta oquedad que me cuenta las horas goteando,
este vacío que me defiende
como la cámara de aire impide a la humedad que penetre
en el muro.

Así pasan las cosas,
ya ves,
y sin embargo
debes tener en cuenta
que mis palabras no son en modo alguno una pregunta
pues lo que no se quiere oír no debe preguntarse,
pero tampoco son una queja pues quejarse es inútil,
tan inútil como esos cuentos que sólo hacen reír a quien los
dice;
éste es mi modo de vivir,
éste es mi modo natural de vivir la alegría que nos está
quemando juntos,
y a pesar de ello
I no la puedo perder porque tú eres
el corazón que me he olvidado de cerrar,
mi sed,
mi sangre aparte,
mi empujón en la noche,
y quizás ya estás siendo mi tren para morir;
y sé muy claramente que no importa,
que nada importa sino pedirte que convivas este
desasimiento,
esta alegría,
esta emoción pávida y terminal de ver tu rostro a todas horas
en el espejo de un vacío.
19 de agosto de 1976
Luis Rosales

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