miércoles, 20 de enero de 2010

ÁGORA

ÁGORA

Dirección: Alejandro Amenábar
Guión: Alejandro Amenábar y Mateo Gil
Reparto: Rachel Weisz, Max Minghella, Oscar Isaac, Ashraf Barhom, Michael Lonsdale, Rupert Evans, Richard Durden
Fotografía: Xavi Giménez
Montaje: Nacho Ruiz Capillas
Música: Dario Marianelli
Arte: Guy Dyas
Productores: Álvaro Augustín, Fernando Bovaira
Productores ejecutivos: Simón de Santiago, Jaime Ortiz de Artiñano
Productora: Telecinco Cinema, Himenóptero
Distribución: 20th Century Fox

Si sois capaces de conciliar que “buena peli” y “soberano coñazo” son dos conceptos que muy de vez en cuando son compatibles por la magia del cine, yo no me lo pensaría mucho antes de ver Ágora, film que en sus buenos momentos deja en ridículo al 90 por ciento del panorama patrio y que demuestra que Alejandro Amenábar funciona en otra división. Intentando resumir, Ágora es un film que maneja extraordinariamente conceptos teóricos pero que sufre enormemente cuando tiene que describir una realidad humana, en gran parte porque Amenábar tiene la sangre de horchata y en menor medida porque algunos personajes absolutamente cruciales para la trama están dibujados un poco a la remanguillé y parecen sacados del Canal Historia de puro “explicadores” que son. Ahora, con cierta perspectiva, la faena que se ha intentado marcar el chaval este es digna de encomio, por ambición y cojones: una superproducción que se mueve, respira y piensa como una superproducción y con un nivel técnico bastante ejemplar.

La acción nos traslada a Alejandría, siglo IV donde la erudita Hipatia (Rachel Weisz) intenta desarrollar una teoría alternativa sobre el movimiento de los planetas. Lo hace alejada del mundo en el que vive, donde el ascenso de los cristianos es imparable y amenazan con devorar la cultura pagana y pasarse por la piedra a todos aquellos que la cultivan. La cada vez mayor importancia de los seguidores de Cristo es el epicentro de una intensa lucha política en la que se encuentran involucrados dos antiguos alumnos de Hipatia, el prefecto romano Orestes (Oscar Isaac) y el obispo griego Sinesio de Cirene (Rupert Evans). A un nivel más popular, también seguimos a Davos (Max Minghella), esclavo de Hipatia y secretamente enamorado de ella, pero recién reclutado por los cristianos, que generan gran apoyo en las clases más bajas de la población.

Que no os engañen las escenas de masas. Ágora es una épica bastante íntima que nunca se deja llevar por la acción. Es una película tremendamente controlada y que combina géneros con mayor o menor fortuna. Es drama político, thriller científico y en última instancia, una trágica historia de amor con la que intenta dar cierta profundidad humana a la historia. Dentro de toda esta mezcla, es cierto que Amenabar está trabajando todos los aspectos del film por igual, pero está claro que hay uno de ellos que le chifla sobremanera: la labor de Hipatia. Toda la parte del film que rodea al trabajo científico de la astrónoma sobre el movimiento de los planetas es simplemente perfecta, y ejemplifica las mejores virtudes de la película. Se trata de escenas repletas de recursos visuales acompañadas de diálogos orientados a un fin: solucionar un problema científico. Para ello, Amenabar emplea antorchas, bolsas de lastre, pizarras de arena, un cono de madera, lo que sea que permita trasladar visualmente de forma efectiva lo que se nos está contando. Son escenas muy puras y vacías de cualquier tipo de matiz y consideración moral. Es un thriller científico, género prácticamente desconocido no sólo en nuestro cine, sino a nivel internacional. Son los mejores momentos de la filmografía de Amenábar sin ningún tipo de duda. En esos momentos, la película no llega, porque no está obligada a establecer una conexión emocional con el público –aunque es muy posible que sigáis con incertidumbre las pesquisas de la astrónoma–.

Donde sí tiene que llegar la película, y no llega, es prácticamente… bien, en el maldito resto del film (y aquí hablamos de más o menos hora y media que se hace eterna). Veo mucha falta de intensidad humana en Ágora, film absolutamente emperrado en explicarte los mecanismos sociales que desembocaron en el espectacular aumento de los cristianos y la sumisión del Imperio Romano. Pero es todo más descriptivo que otra cosa. Sucede una cosa muy curiosa, que tiene lugar en el momento en el que Hipatia se ve forzada a intentar comprender la realidad que la rodea y a codearse con la gente de a pie. Descubre que no es tan buena entendiendo a la gente como entendiendo el movimiento de los planetas. Es un matiz (in)humano muy coherente con el personaje, con la temática del film, que sorprendentemente ni Amenábar ni Gil parecen querer explotar demasiado, al margen de una escena que involucra un pañuelo que le da a un pretendiente (el contenido del pañuelo –hecho registrado, por cierto– es un “paso de tu culo” como pocas veces se ha visto). Hubiera sido maravilloso ver el mundo a través de los ojos de esta chica tan distante pero no, la gran apuesta personal es la horrenda historia de amor entre Davos e Hipatia, sabe Dios para convencer a qué parte de la audiencia, porque la chica no le hace ni puto caso, lo que sume al chaval en un “tormento de desconcierto” (lo de las comillas va por la interpretación de Max Minghella, sosa de puro “intensa”) que, sí, al final resulta ser imprescindible en el desarrollo de la trama, pero nunca terminamos de entender del todo. ¿Por qué Davos se hace cristiano? ¿Porque es pobre? ¿Porque está solo? ¿Porque Hipatia le llama esclavo idiota en un momento del film y desea verla caer junto con su modo de vida?. ¿Ya está?.

Faltan personajes memorables. Falta verdadero drama histriónico (un Oliver Reed de Gladiator, bien medido, hubiera sido la salvación de la peli). Todo es correctito y funcional. Las interpretaciones no se apartan de lo profesionalmente decente y Amenábar no deja ni un sólo segundo para el lucimiento de los actores salvo en el caso del cristiano Ammonio, que es un pirado (Ashraf Barhom, visto en La Sombra del Reino, haciendo picadillo interpretativo de todo el reparto estadounidense). Rachel Weisz es fría, calculadora y nerd en un papel que es frío, calculador y nerd, salvo un par de explosiones de alegría en plan Eureka un poco forzadas, y ciertas salidas de tono que la alejan de la calculina entrañable y la acercan peligrosamente al equivalente femenino de Carlos Blanco. Max Minghella, lo que decíamos, estreñido. De entre todos quizás sobresale también Richard Londsdale porque aporta una enorme gravedad al papel, pero él también se ve obligado a participar en escenas que son, sobre todo, ilustraciones de una época. La pareja de Orestes y Sinesio tampoco desafina, pero tampoco entusiasma. Tanta ilustración provoca bastante impaciencia para todos los que esperamos ver una épica intensa, que cuando debería llegar nunca llega (y como prueba: ¿cuántas veces realiza Amenábar un plano aéreo de una matanza?), impaciencia que evoluciona hasta convertirse en aburrimiento, rematado por un muy, muy, muy torpe montaje que enlaza las dos partes de la película con una elipsis realizada mediante un fundido a negro, lo que es cutrísimo y, a nivel subconsciente, juega una mala pasada al espectador, que cree que la película ha terminado porque de toda la vida, fundido a negro suele significar Fin, no “empieza la segunda parte de la peli”, en particular si esta dura sólo dos horas y no es Ben-Hur*.

*Ed.- Vuestros comentarios me han hecho ver con claridad meridiana que un fundido a negro no significa la conclusión de una peli. Pero este fundido a negro, concretamente… quizás es demasiado largo, quizás está demasiado acentuado por la banda sonora, quizás transcurre en un momento en el que prácticamente todas las tramas de la película se dan por cerradas. Creo que era necesario puntualizar este aspecto, y agradeceros a todos la corrección.

Hablando de época… ¿los 50 milloncitos de Telecinco, qué tal?. Pues bien. Tremendos los decorados, oyes. Y el trono de Orestes con dos leones de mármol, chulo. Abusa un poco del Google Earth, pero se perdona. Si hay planos en los que deja lucir el escenario, casi siempre los hace al principio de cada escena. Está claro que hemos llegado a un punto en el que existe desde hace tiempo un nivel técnico de envergadura en el cine español y que el barco de Playmobil de Alatriste ya no es tan Playmobil. Pero sobre todo que te da la sensación de que esta película ni siquiera parece una TV Movie en plan Los Borgia. Hay peso cinematográfico específico. Estás viendo una película, con mucho empaque, y sí, yo la recomendaría con alguna que otra duda. Ya está claro que sois gente lista y sabéis que no vais a ver Gladiator. Pero tampoco vais a ver Roma de la HBO, os advierto. Es un film metódico, pausado, cerebral y decididamente insatisfactorio cuando de emociones se trata. Pero no me pareció mala. Me pareció sólida, y en algunos gloriosos minutos, bastante arriesgada. Me gustó y bastante a ratitos aislados. No se acaba el mundo si no la veis, pero desde luego nunca me pareció el fostiazo que llevaba avecinando la parte más cabrona de mí. Eso de no dejarte la mitad de la peli en la sala de montaje para que la emita Antena 3 dos semanas después por la tele, sin duda, ayuda.

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