miércoles, 25 de abril de 2007

Soneto

Tarde de procesión, tarde serena
en que te conocí y me enamoraste;
alegre tarde aquella en que dejaste
de amor y posía el alma llena.

Eras hermosa, complaciente y buena.
Cuando yo te miré tú me miraste
y luego sonreiste y te ocultaste
con virginal rubor, pero sin pena.

En tu sonrisa juvenil y fresca,
que subrayó mirada picaresca,
adiviné yo un mundo de alegrías.

Y pienso, al recordarte tristemente,
que nunca más aureolará mi frente
aquel buen sol de mis primeros días.


Madrid, hace demasiado tiempo ya ...

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