lunes, 30 de abril de 2007

Perdido


Se hallaba perdido en medio del inmenso mar, solo, lastimado, no sabía bien por qué. Sentía su cuerpo pesado, helado por el agua salada y fría, que le congelaba hasta los huesos. Sus compañeros lo habían dejado atrás, librándolo a su suerte.
Muy arriba, nubes inmensas empezaban a cubrir el cielo, tendiendo un manto gris sobre su cuerpo.
Sus fuerzas lo estaban abandonando y un escalofrío lo recorría por momentos, estremeciéndolo y dejándolo tembloroso y desvalido.
De pronto, a lo lejos, apareció un barco que se acercaba velozmente. A medida que pasaba cubría el agua con una estela oscura y siniestra.
Percibió un olor extraño y penetrante. A su alrededor una mancha negra lo iba cubriendo y un miedo aterrador empezaba a cercarlo.
Trató de moverse, pero el líquido aquél, espeso y aceitoso, le dificultaba el movimiento.
La rápida embarcación se había perdido en el horizonte. El tiempo parecía haberse detenido. Mientras se encontraba en esa molesta y angustiante situación, comenzó a caer una fina y suave llovizna.
Todas las demás criaturas vivientes habían desaparecido salvo él, atrapado y manchado por esa sustancia pegajosa.
Pero de pronto, un ruido lo aturdió. Manos fuertes y ágiles al mismo tiempo, enfundadas en unos abrigados guantes, lo levantaron en el aire. Se halló envuelto en algo tibio y protector. Entonces escuchó una voz, como en un sueño, que le decía:
-No temas, ¡ya estás a salvo, pingüinito!
Otra voz dijo:
-Creo que éste es el último.
La embarcación lo llevó lejos de aquel infierno, junto con otros animales de su especie, que también fueron salvados. Algunos no pudieron resistir y quedaron en el camino, perdiendo la vida.
Allí quedaba el petróleo, derramado por accidente, pero que había causado una tremenda catástrofe ecológica. Cientos de peces habían muerto y sus cuerpos flotaban en el agua salada.

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