jueves, 8 de noviembre de 2012

Salvajes

Dos jóvenes emprendedores de Laguna Beach, Ben (Aaron Johnson), un budista pacífico y caritativo, y su mejor amigo Chon (Taylor Kitsch), ex miembro de las fuerzas especiales de la Marina estadounidense y ex mercenario, han montado un lucrativo negocio casero: cultivar y vender una de las mejores marías que jamás se ha obtenido. También comparten un amor único con la extraordinaria y bella O. (Blake Lively). Ambos llevan una vida idílica en este pueblecito del sur de California… hasta que se instala un cártel mexicano de Baja California y exige que el trío se asocie con ellos. Pero la despiadada jefa del cártel (Salma Hayek) y su brutal matón Lado (Benicio Del Toro) no toman en cuenta la fuerza del vínculo que une a los tres amigos. Ben y Chon, con la ayuda que les proporciona a regañadientes un corrupto y escurridizo agente de la DEA (John Travolta), deciden librar una guerra imposible contra el cártel. Así empieza una serie de maniobras y estratagemas cada vez más salvajes en un enfrentamiento donde ambas partes se juegan mucho 


“Salvajes” es una estupenda adaptación de la novela de Don Winslow. Aunque su locura es más controlada, el filme de Oliver Stone conserva la pasión e irreverencia del director, presentes en la fabulosa reinvención que hace del final original.


Leyendo la novela “Salvajes”, de Don Winslow, uno no puede sorprenderse de que su adaptación fuera ofrecida directamente, vía Shane Salerno, al director Oliver Stone. Siempre sometido al examen de la polémica, siempre expuesto al ataque ideológico que inspiran sus apariciones públicas, Stone encontraría en el texto de Winslow todo aquello que ha inspirado su cine más controvertido: la naturaleza animal, depredadora del ser humano como trazo asumido para dibujar un mundo desquiciado, autodestructivo y febril; una cartografía de la imposibilidad del individuo de formar parte de una sociedad sin sabotearla —y sabotearse, de paso, a sí mismo—; una oportunidad para divertirse, de la manera más tarada posible, con un nuevo viaje cargado de épica nihilista y sangre a borbotones. El libro del autor de “El invierno de Frankie Machine” lo deja claro al rebautizar Afganistán como Istanlandia, ese lugar que funciona como origen del trauma, pero también del próspero negocio de sus protagonistas. Drogas y violencia extrema, como fundamentos de un mapa geopolítico, de un estado mental irreversible. Istanlandia, antes Vietnam. Ahora California.

“Salvajes” (ver tráiler y escenas), por tanto, era esa película esperada como renovación del talante provocador de un cineasta que, en sus últimos trabajos ha preferido decantarse por otras vías. Si el final de “Wall Street: El dinero nunca duerme”(2010) abrazaba un optimismo humanista de corte casi kitsch, la adaptación de la novela de Winslow se arma no tanto a través de sus frecuentes estallidos de violencia y sexo —que también—, sino en torno a la épica romántica que mueve su creíble, hermoso ménage a trois central. Tanto es así que Stone, en su único gran desvío respecto a la novela, replica su final poético para proponer el suyo propio mediante una desvergonzada coda —la mezquindad del personaje de John Travolta, la falsa victoria de las instituciones—. Y es esa reelaboración su mayor audacia, el atrevimiento de un autor que sigue sin rendir cuentas a nadie, pero que opta por una feliz traición en favor de sus amados salvajes. Una bellísima alternativa en la que el adjetivo titular adquiere su significado más silvestre, y el escenario se torna un antónimo de Istanlandia en el que suena una plácida versión del Here comes the sun.


En el camino hacia esa conclusión benigna, “Salvajes” se construye con seguridad entre lugares conocidos del cine de su director: personajes indómitos y viscerales —magnífica Salma Hayek en su papel de reina del cártel—, un montaje enérgico y desasosegado, escenas impregnadas de maneras operísticas —el secuestro de O. (Blake Lively) en el centro comercial— y otras tocadas de una socarronería casi enfermiza —sobre todo, aquellas en las que interviene un soberbio Benicio del Toro—. Quizá la conjunción de esos elementos habituales dé aquí como resultado una obra más controlada en su locura, más dada a levantar el pie del acelerador en ciertos momentos de su trayecto suicida. Pero en sus formas, evolucionadas y no tan brutales como a algunos les gustaría, pervive esa esencia absolutamente pasional por la que vale la pena seguir creyendo en un autor. 

Las revanchas internas del narcotráfico en California sirven a Oliver Stone para soltarse a medias la melena. Pulso vibrante y detalles coloristas en una historia con menos capacidad explosiva de la que podría haber alcanzado. 

Metido de lleno en las esferas políticas, por activa —director— o pasiva —productor de proyectos ajenos—, en presente o pretérito perfecto, Oliver Stone se planifica en“Salvajes” (ver tráiler y escenas) unas vacaciones californianas como quien ha olvidado el significado del ocio. He ahí que el cineasta se revuelve un tanto contra esos viejos comportamientos, indómitos y vandálicos, cuando nadie vigilaba las playas. Sus “Salvajes”, surgidos de la pluma de Don Winslow, son más bien dos bandos de seres que fingen: los villanos, seres tiernos que se esconden tras grietas cortantes y feroces; los buenos, o más bien buenorros, unos enclenques metidos a un negocio demasiado inteligente para ellos.

No se registra aquí la brutalidad de “Asesinos natos” (1994), ni la convicción narrativa y a contrarreloj de trabajos más cercanos como “Un domingo cualquiera” (1999), pero se nota que Stone pasea feliz por esos campos conocidos y en los que él sembró tan bien, entre el vigor de las escenas de acción y la irrealidad de sus tramas sin sentido. Ambos registros funcionan en su nueva película, que nace de una pulsión hortera y poligonera, la de esos Blake Lively, Aaron Johnson y Taylor Kitsch que conforman el triángulo amoroso de partida. Bromance con chica de por medio o tríada de amor libre, su evolución hacia notas más propias de la tragedia se produce en términos Stone: baño de sangre y golpes de efecto mediante toda técnica disponible, sea el flashbackque facilita un vídeo grabado en el móvil o un rebobinado.
 
Frente a los tres representantes del bando juvenil, en los secundarios rebosa la energía y el carácter pintoresco que se añora en el resto de la película. Desde luego que Salma Hayek con peluca, Benicio del Toro enmostachado y John Travoltaimitando sus queridos papeles de socios, maletines y disparos a lo loco habrían dado para mucho más en un momento realmente salvaje de Oliver Stone. A pesar de la gravedad que empaña la historia por momentos —las subtramas materno-filiales, la narración en off de Lively— y de una innecesaria tendencia a revolver los hilos argumentales, “Salvajes” se aproxima a una gamberrada con la fuerza de un suspiro. Aunque parezca escucharse desde un apacible resort antes que desde la costa indómita de México o Indonesia. 

Salvajemente floja. Dirigida con mano de piedra y pulso incierto. Con Salma y sin calado. Esteticista y plana como tabla de windsurf. Esto es Savages, lo último de Stone.

El señor Piedra hace lo que quiere y como quiere. Y le sale un cruce inane entre Los mercenarios de Stallone y un imaginario Malick sin talento ni poesía, ahí es nada. Videoclipera, efectista, violenta, con polvos fashion de spot publicitario y personajes de una pieza... o dos –todos, ya se sabe, albergamos extremos que son signo de lo humano: ternura y sangre fría, fragilidad y fortaleza, dureza y punto débil.

El uno folla, el otro hace el amor. El uno es dulce y cariñoso, el otro es frío como el hielo. Así son, Pin y Pon, los hombres de mi vida. La reina del cártel mexicano tiene mazo power pero a mí me da mucha penita: su hija casi no le habla y la desprecia… De ese tenor son las reflexiones en off de la protagonista, O. Sí, O. Como la chica de la peli pseudo guarra –tan guarra como ella, peli y chica, pero sin atreverse a enseñar cacho.

No deja de asombrarme el mundo puritano EEUU: qué bonito recrearse en las cabezas cercenadas, en ojos reventados por un latigazo, torturas y violencia gratuita… pero nada de miembros o felpudos. Violencia cruda en busca del efecto y sexo edulcorado, barnizado, un sexo que ni moja ni salpica ni traspasa ni se siente en modo alguno como un intercambio de fluidos verdadero. Un sexo aeróbico y sin sal, a lo Jane Fonda. Atlético, irreal, al ralentí. Con música y sonrisas profident.

“Aunque os cuente esta historia, no significa que esté viva cuando acabe. Es de esas historias que terminan sin control”. Así reza, creo, la primera frase de la cinta. Qué drama. “Si permites que piensen que eres débil, tarde o temprano tendrás que matar a uno.” Qué profundidad. “Todo empezó aquí, en el paraíso de Laguna Beach, donde dicen que Dios aparcó el séptimo día, y la grúa se lo llevó el octavo.” Qué ingenio. “Eso era en México, aquí estamos en Laguna. Los polis llevan pantalones cortos y van en bicicleta.” En fin…

Personajes y actores resultan armónicamente desastrosos. Estereotipos huecos y simplones. Benicio del Toro firma, tal vez, la peor actuación de su carrera (el nombre de su hombre es Lado, Ale Lado); Taylor Kitsch, ex-SEAL de Afganistán y primo hermano de Chuck Norris, se llama Chon –no digo más; Aaron Taylor-Johnson es el joven Ben, un fumeta de Harvard, Yale o Berkeley que trafica con maría para construir escuelas en Somalia… Y la conejita, Blake Lively, tan vivaracha, descerebrada y mona como era de prever. Travolta, Hayek y Bichir (por no hablar de un freaky-genio tipo Facebook Zuckerberg), también pululan por la cinta. Oliver Stone modela personajes y actuaciones –se ve que los actores le obedecen con ceguera. Del señor Piedra es, por tanto, el mérito o demérito.

El guión es risible a su pesar. Un ejemplo: el trío calavera (Ben-O-Chon) ha de escaparse de los narcotraficantes. Todo está dispuesto y calculado. Entonces, a O le entra un picor y se le ocurre irse de compras, a ver si así la raptan e intensificamos la tensión de la película. 

Los dos se follan a la misma, son salvajes –dice Lado. Son salvajes –dice Chon. Los animales deben de estar en sus jaulas –dice Dennis (John Travolta). Es irónico, pero los dos bandos tratan al otro de “salvaje”–dice el señor Piedra. Sí, es irónico y sutil. Y está traído por los pelos. Como buena parte de los giros de la trama.

El duelo en clímax del final es una mala imitación de Tarantino. O, mejor: es una mala imitación de Tarantino cuando Tarantino imita el cine de Leone. Un spaghetti western, según el señor Piedra. Más bien una action churro movie en plan Kill Bill. 

La historia tiene dos finales. Cuando llega el primero, pensamos que no se puede terminar de peor forma. Pero, tras una pirueta Funny Games, el señor Piedra lo consigue: el segundo final es aún más infumable que el primero.

Lo triste de esta cinta no es la decepción con que he salido de la sala. Lo verdaderamente triste es que no ha superado mis expectativas, casi nulas. Y es que ni siquiera me he sentido defraudado.

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