martes, 30 de noviembre de 2010
Apellidos para todoa los gustos
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Etiquetas: Curiosidades
lunes, 29 de noviembre de 2010
Super Rabbit Outsmarts Hunting Falcon
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Etiquetas: Mundo Animal
Palm Jumeirah in Dubai, United Arab Emirates
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Etiquetas: Ciudades
Origami Basset Hound (Quentin Trollip)
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Etiquetas: Papiroflexia
domingo, 28 de noviembre de 2010
sábado, 27 de noviembre de 2010
Cuando la lava volcánica llama a la puerta de tu casa
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Etiquetas: Catástrofes
viernes, 26 de noviembre de 2010
Piense en lo que tiene delante
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Etiquetas: Deportes Golf
Piense en el Putt que va a hacer
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Etiquetas: Deportes Golf
Permanezca relajado en los Putts
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Etiquetas: Deportes Golf
jueves, 25 de noviembre de 2010
Pegar un Pitch corto hacia abajo
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Etiquetas: Deportes Golf
No sea valiente, evite las ramas
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Etiquetas: Deportes Golf
25 de Noviembre - Día Internacional contra la Viloencia de Género
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Etiquetas: Imágenes Protesta
miércoles, 24 de noviembre de 2010
LA BELLA Y LA BESTIA
...Un mercader muy rico que tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres; y como era hombre de muchos bienes y de vasta cultura, no reparaba en gastos para educarlos y los rodeó de toda suerte de maestros. Las tres hijas eran muy hermosas; pero la más joven despertaba tanta admiración, que de pequeña todos la apodaban “la bella niña”, de modo que por fin se le quedó este nombre para envidia de sus hermanas.
No sólo era la menor mucho más bonita que las otras, sino también más bondadosa. Las dos hermanas mayores ostentaban con desprecio sus riquezas ante quienes tenían menos que ellas; se hacían las grandes damas y se negaban a que las visitasen las hijas de los demás mercaderes: únicamente las personas de mucho rango eran dignas de hacerles compañía. Se lo pasaban en todos los bailes, reuniones, comedias y paseos, y despreciaban a la menor porque empleaba gran parte de su tiempo en la lectura de buenos libros.
Las tres jóvenes, agraciadas y poseedoras de muchas riquezas, eran solicitadas en matrimonio por muchos mercaderes de la región, pero las dos mayores los despreciaban y rechazaban diciendo que sólo se casarían con un noble: por lo menos un duque o conde
La Bella —pues así era como la conocían y llamaban todos a la menor - agradecía muy cortésmente el interés de cuantos querían tomarla por esposa, y los atendía con suma amabilidad y delicadeza; pero les alegaba que aún era muy joven y que deseaba pasar algunos años más en compañía de su padre.
De un solo golpe perdió el mercader todos sus bienes, y no le quedó más que una pequeña casa de campo a buena distancia de la ciudad.
Totalmente destrozado, lleno de pena su corazón, llorando hizo saber a sus hijos que era forzoso trasladarse a esta casa, donde para ganarse la vida tendrían que trabajar como campesinos.
Sus dos hijas mayores respondieron con la altivez que siempre demostraban en toda ocasión, que de ningún modo abandonarían la ciudad, pues no les faltaban enamorados que se sentirían felices de casarse con ellas, no obstante su fortuna perdida. En esto se engañaban las buenas señoritas: sus enamorados perdieron totalmente el interés en ellas en cuanto fueron pobres.
Puesto que debido a su soberbia nadie simpatizaba con ellas, las muchachas de los otros mercaderes y sus familias comentaban:
—No merecen que les tengamos compasión. Al contrario, nos alegramos de verles abatido el orgullo. ¡Qué se hagan las grandes damas con las ovejas!
Pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía:
—¡Qué pena, qué dolor nos da la desgracia de la Bella! ¡Esta sí que es una buena hija! ¡Con qué cortesía le habla a los pobres! ¡Es tan dulce, tan honesta!…
No faltaron caballeros dispuestos a casarse con ella, aunque no tuviese un centavo; mas la joven agradecía pero respondía que le era imposible abandonar a su padre en desgracia, y que lo seguiría a la campiña para consolarlo y ayudarlo en sus trabajos. La pobre Bella no dejaba de afligirse por la pérdida de su fortuna, pero se decía a sí misma:
—Nada obtendré por mucho que llore. Es preciso tratar de ser feliz en la pobreza.
No bien llegaron y se establecieron en la casa de campo, el mercader y sus tres hijos con ropajes de labriegos se dedicaron a preparar y labrar la tierra. La Bella se levantaba a las cuatro de la mañana y se ocupaba en limpiar la casa y preparar la comida de la familia. Al principio aquello le era un sacrificio agotador, porque no tenía costumbre de trabajar tan duramente; mas unos meses más adelante se fue sintiendo acostumbrada a este ritmo y comenzó a sentirse mejor y a disfrutar por sus afanes de una salud perfecta. Cuando terminaba sus quehaceres se ponía a leer, a tocar el clavicordio, o bien a cantar mientras hilaba o realizaba alguna otra labor. Sus dos hermanas, en cambio, se aburrían mortalmente; se levantaban a las diez de la mañana, paseaban el día entero y su única diversión era lamentarse de sus perdidas galas y visitas.
—Mira a nuestra hermana menor —se decían entre sí—, tiene un alma tan vulgar, y es tan estúpida, que se contenta con su miseria.
El buen labrador, el padre, en cambio, sabía que la Bella era trabajadora, constante, paciente y tesonera, y muy capaz de brillar en los salones, en cambio sus hermanas... Admiraba las virtudes de su hija menor, y sobre todo su paciencia, ya que las otras no se contentaban con que hiciese todo el trabajo de la casa, sino que además se burlaban de ella.
Hacía ya un año que la familia vivía en aquellas soledades cuando el mercader recibió una carta en la cual le anunciaban que cierto navío acababa de arribar, felizmente, con una carga de mercancías para él. Esta noticia trastornó por completo a sus dos hijas mayores, pues imaginaron que por fin podrían abandonar aquellos campos donde tanto se aburrían y además lo único que se les cruzaba por la cabeza era volver a la ociosa y fatua vida en las fiestas y teatros, mostrando riquezas; por lo que, no bien vieron a su padre ya dispuesto para salir, le pidieron que les trajera vestidos, chalinas, peinetas y toda suerte de bagatelas, La Bella no dijo una palabra, pensando para sí que todo el oro de las mercancías no iba a bastar para los encargos de sus hermanas.
—¿No vas tú a pedirme algo? —le preguntó su padre.
—Ya que tenéis la bondad de pensar en mí —respondió ella—, os ruego que me traigáis una rosa, pues por aquí no las he visto.
No era que la desease realmente, sino que no quería afear con su ejemplo la conducta de sus hermanas, las cuales habían dicho que si no pedía nada era sólo por darse importancia.
Partió, pues, el buen mercader; pero cuando llegó a la ciudad supo que había un pleito andando en torno a sus mercaderías, y luego de muchos trabajos y penas se halló tan pobre como antes. Y así emprendió nuevamente el camino hacia su vivienda. No tenía que recorrer más de treinta millas para llegar a su casa, y ya se regocijaba con el gusto de ver otra vez a sus hijas; pero erró el camino al atravesar un gran bosque, y se perdió dentro de él, en medio de una tormenta de viento y nieve que comenzó a desatarse.
Nevaba fuertemente; el viento era tan impetuoso que por dos veces lo derribó del caballo; y cuando cerró la noche llegó a temer que moriría de hambre o de frío; o que lo devorarían los lobos, a los que oía aullar muy cerca de sí. De repente, tendió la vista por entre dos largas hileras de árboles y vio una brillante luz a gran distancia.
Se encaminó hacia aquel sitio y al acercarse observó que la luz salía de un gran palacio todo iluminado. Se apresuró a refugiarse allí; pero su sorpresa fue considerable cuando no encontró a persona alguna en los patios. Su caballo, que lo seguía, entró en una vasta caballeriza que estaba abierta, y habiendo hallado heno y avena, el pobre animal, que se moría de hambre, se puso a comer ávidamente. Después de dejarlo atado, el mercader pasó al castillo, donde tampoco vio a nadie; y por fin llegó a una gran sala en que había un buen fuego y una mesa cargada de viandas con un solo cubierto. Quizás pecaría de atrevido, pero se dirigió hacia allí. La tentación fue muy grande, pues la lluvia y la nieve lo habían calado hasta los huesos, se arrimó al fuego para secarse, diciéndose a sí mismo. “El dueño de esta casa y sus sirvientes, que no tardarán en dejarse ver, sin duda me perdonarán la libertad que me he tomado.”
Se quedó aún esperando un rato largo, observaba hacia los otros recintos para tratar de ubicar a algún habitante en la mansión, pero cuando sonaron once campanadas sin que se apareciese nadie. no pudo ya resistir el hambre, y apoderándose de un pollo, se lo comió con dos bocados a pesar de sus temblores. Bebió también algunas copas de vino, y ya con nueva audacia abandonó la sala y recorrió varios espaciosos aposentos, magníficamente amueblados. En uno de ellos encontró una cama dispuesta, y como era pasada la medianoche, y se sentía rendido de cansancio, entumecido y aturdido de la aventura pasada hasta encontrar este cobijo, decidió cerrar la puerta y acostarse a dormir.
Eran las diez de la mañana cuando se levantó al día siguiente, y no fue pequeña su sorpresa al encontrarse un traje como hecho a su medida en vez de sus viejas y gastadas ropas. “Sin duda”, se dijo, “o no he despertado, o este palacio pertenece a un hada buena que se ha apiadado de mí.”
Miró por la ventana y no vio el menor rastro de nieve, sino de un jardín cuyos floridos canteros encantaban la vista. Entró luego en la estancia donde cenara la víspera, y halló que sobre una mesita lo aguardaba una taza de chocolate.
—Os doy las gracias, señora hada —dijo en alta voz—, por haber tenido la bondad de albergarme en noche tan inhóspita y de pensar en mi desayuno.
El buen hombre, después de tomar el chocolate, salió en busca de su caballo, y al pasar por un sector lleno de rosas blancas recordó la petición de la Bella y cortó una para llevársela. En el mismo momento se escuchó un gran estruendo y vio que se dirigía hacia él una bestia tan horrenda, que le faltó poco para caer desmayado.
—¡Ah, ingrato! —le dijo la Bestia con una voz terrible—. Yo te salvé la vida al recibirte y darte cobijo en mi palacio, y ahora, para mi pesadumbre, tú me arrebatas mis rosas, ¡a las que amo sobre todo cuanto hay en el mundo! Será preciso que mueras, a fin de reparar esta falta.
El mercader se arrojó a sus pies, juntó las manos y rogó a la Bestia:
—Monseñor, perdóname, pues no creía ofenderte al tomar una rosa; es para una de mis hijas, que me la había pedido.
—Yo no me llamo Monseñor —respondió el monstruo—sino la Bestia. No me gustan los halagos, y sí que los hombres digan lo que sienten; no esperes conmoverme con tus lisonjas. Mas tú me has dicho que tienes hijas; estoy dispuesto a perdonarte con la condición de que una de ellas venga a morir en lugar tuyo. No me repliques: parte de inmediato; y si tus hijas rehúsan morir por ti, júrame que regresarás dentro de tres meses.
No pensaba el buen hombre sacrificar una de sus hijas a tan horrendo monstruo, pero se dijo: “Al menos me queda el consuelo de darles un último abrazo.” Juró, pues, que regresaría, y la Bestia le dijo que podía partir cuando quisiera.
—Pero no quiero que te marches con las manos vacías —añadió—. Vuelve a la estancia donde pasaste la noche: allí encontrarás un gran cofre en el que pondrás cuanto te plazca, y yo lo haré conducir a tu casa.
Dicho esto se retiró la Bestia, y el hombre se dijo:
“Si es preciso que muera, tendré al menos el consuelo de que mis hijas no pasen hambre.”
Volvió, pues, a la estancia donde había dormido, y halló una gran cantidad de monedas de oro con las que llenó el cofre de que le hablara la Bestia, lo cerró, fue a las caballerizas en busca de su caballo y abandonó aquel palacio con una gran tristeza, pareja a la alegría con que entrara en él la noche antes en busca de albergue. Su caballo tomó por sí mismo una de las veredas que había en el bosque, y en unas pocas horas se halló de regreso en su pequeña granja.
Se juntaron sus hijas en torno suyo y, lejos de alegrarse con sus caricias, el pobre mercader se echó a llorar angustiado mirándolas. Traía en la mano el ramo de rosas que había cortado para la Bella, y al entregárselo le dijo:
—Bella, toma estas rosas, que bien caro costaron a tu desventurado padre.
Y enseguida contó a su familia la funesta aventura que acababa de sucederle. Al oírlo, sus dos hijas mayores dieron grandes alaridos y llenaron de injurias a la Bella, que no había derramado una lágrima.
—Miren a lo que conduce el orgullo de esta pequeña criatura —gritaban—. ¿Por qué no pidió adornos como nosotras? ¡Ah, no, la señorita tenía que ser distinta! Ella va a causar la muerte de nuestro padre, y sin embargo ni siquiera llora.
—Mi llanto sería inútil —respondió la Bella—. ¿Por qué voy a llorar a nuestro padre si no es necesario que muera? Puesto que el monstruo tiene a bien aceptar a una de sus hijas, yo me entregaré a su furia y me consideraré muy dichosa, pues habré tenido la oportunidad de salvar a mi padre y demostrarle a ustedes y a él, mi ternura.
—No, hermana —dijeron sus tres hermanos—, tampoco es necesario que tú mueras; nosotros buscaremos a ese monstruo y lo mataremos o pereceremos bajo sus golpes.
—No hay que soñar, hijos míos —dijo el mercader—. El poderío de esa Bestia es tal que no tengo ninguna esperanza de matarla. Me conmueve el buen corazón de Bella, pero jamás la expondré a la muerte. Soy viejo, me queda poco tiempo de vida; sólo perderé unos cuantos años, de los que únicamente por ustedes siento desprenderme, mis hijos queridos.
—Te aseguro, padre mío —le dijo la Bella—, que no irás sin mí a ese palacio; tú no puedes impedirme que te siga. En parte fui responsable de tu desventura. Como soy joven, no le tengo gran apego a la vida, y prefiero que ese monstruo me devore a morirme de la pena y el remordimiento que me daría tu pérdida.
Por más que razonaron con ella no hubo forma de convencerla, y sus hermanas estaban encantadas, porque las virtudes de la joven les había inspirado siempre unos celos irresistibles. Al mercader lo abrumaba tanto el dolor de perder a su hija, que olvidó el cofre repleto de oro; pero al retirarse a su habitación para dormir su sorpresa fue enorme al encontrarlo junto a la cama. Decidió no decir una palabra a sus hijos de aquellas nuevas y grandes riquezas, ya que habrían querido retornar a la ciudad y él estaba resuelto a morir en el campo; pero reveló el secreto a la Bella, quien a su vez le confió que en su ausencia habían venido de visita algunos caballeros, y que dos de ellos amaban a sus hermanas. Le rogó que les permitiera casarse, pues era tan buena que las seguía queriendo y las perdonaba de todo corazón, a pesar del mal que le habían hecho.
El día en que partieron la Bella y su padre, las dos perversas muchachas se frotaron los ojos con cebolla para tener lágrimas con que llorarlos; sus hermanos en cambio, lloraron de veras, como también el mercader, y en toda la casa la única que no lloró fue la Bella, pues no quería aumentar el dolor de los otros.
Echó a andar el caballo hacia el palacio, y al caer la tarde apareció éste todo iluminado como la primera vez. El caballo se fue por sí solo a la caballeriza, y el buen hombre y su hija pasaron al gran salón, donde encontraron una mesa magníficamente servida en la que había dos cubiertos. El mercader no tenía ánimo para probar bocado, pero la Bella, esforzándose por parecer tranquila, se sentó a la mesa y le sirvió, aunque pensaba para sí:
“La Bestia quiere que engorde antes de comerme, puesto que me recibe de modo tan espléndido.”
En cuanto terminaron de cenar se escuchó un gran estruendo y el mercader, llorando, dijo a su pobre hija que se acercaba la Bestia. No pudo la Bella evitar un estremecimiento cuando vio su horrible figura, aunque procuró disimular su miedo, y al interrogarla el monstruo sobre si la habían obligado o si venía por su propia voluntad, ella le respondió que sí, temblando, que era decisión propia.
—Eres muy buena —dijo la Bestia—, y te lo agradezco mucho. Tú, buen hombre, partirás por la mañana y no sueñes jamás con regresar aquí. Nunca. Adiós, Bella.
—Adiós, señor —respondió la muchacha.
Y enseguida se retiró la Bestia.
—¡Ah, hija mía —dijo el mercader, abrazando a la Bella— yo estoy casi muerto de espanto! Hazme caso y deja que me quede en tu sitio.
—No, padre mío —le respondió la Bella con firmeza—, tú partirás por la mañana.
Fueron después a acostarse, creyendo que no dormirían en toda la noche; mas sus ojos se cerraron apenas pusieron la cabeza en la almohada. Mientras dormía vio la Bella a una dama que le dijo:
—Tu buen corazón me hace muy feliz, Bella. No ha de quedar sin recompensa esta buena acción de arriesgar tu vida por salvar la de tu padre.
Le contó el sueño al buen hombre la Bella al despertarse; y aunque le sirvió un tanto de consuelo, no alcanzó a evitar que se lamentara con grandes sollozos al momento de separarse de su querida hija.
En cuanto se hubo marchado se dirigió la Bella a la gran sala y se echó a llorar; pero, como tenía sobrado coraje, resolvió no apesadumbrarse durante el poco tiempo que le quedase de vida, pues tenía el convencimiento de que el monstruo la devoraría aquella misma tarde. Mientras esperaba decidió recorrer el espléndido castillo, ya que a pesar de todo no podía evitar que su belleza la conmoviese. Su asombro fue aún mayor cuando halló escrito sobre una puerta:
Aposento de la Bella
La abrió precipitadamente y quedó deslumbrada por la magnificencia que allí reinaba; pero lo que más llamó su atención fue una bien provista biblioteca, un clavicordio y numerosos libros de música, lo que reunía todo lo que a ella le hacía la vida placentera.
—No quiere que esté triste —se dijo en voz baja, y añadió de inmediato—: para un solo día no me habría reunido tantas cosas.
Este pensamiento reanimó su valor, y poco después, revisando la biblioteca, encontró un libro en que aparecía la siguiente inscripción en letras de oro:
Disponed, ordenad, vos sois aquí la reina y señora.
—¡Ay de mí —suspiró ella—, nada deseo sino ver a mi pobre padre y saber qué está haciendo ahora!
Había dicho estas palabras para sí misma: ¡cuál no sería su asombro al volver los ojos a un gran espejo y ver allí su casa, adonde llegaba, entonces su padre con el semblante lleno de tristeza! Las dos hermanas mayores acudieron a recibirlo, y a pesar de los aspavientos que hacían para aparecer afligidas, se les reflejaba en el rostro la satisfacción que sentían por la pérdida de su hermana, por haberse desprendido de la hermana que les hacía sombra con su belleza y bondad. Desapareció todo en un momento, y la Bella no pudo dejar de decirse que la Bestia era muy complaciente, y que nada tenía que temer de su parte.
Al mediodía halló la mesa servida, y mientras comía escuchó un exquisito concierto, aunque no vio a persona alguna. Esa tarde, cuando iba a sentarse a la mesa, oyó el estruendo que hacía la Bestia al acercarse, y no pudo evitar un estremecimiento.
—Bella —le dijo el monstruo—, ¿permitirías que te mirase mientras comes?
—Vos sois el dueño de esta casa —respondió la Bella, temblando.
—No —dijo la Bestia—, no hay aquí otra dueña que tú. Si te molestara no tendrías más que pedirme que me fuese, y me marcharía enseguida. Pero dime: ¿no es cierto que me encuentras muy feo?
—Así es —dijo la Bella—, pues no sé mentir; pero en cambio creo que sois muy bueno.
—Tienes razón —dijo el monstruo—, aun cuando yo no pueda juzgar mi fealdad, pues no soy más que una bestia.
—No se es una bestia —respondió la Bella— cuando uno admite que es incapaz de juzgar sobre algo. Los necios no lo admitirían.
—Come, pues —le dijo el monstruo—, y trata de pasarlo bien en tu casa, que todo cuanto hay aquí te pertenece, y me apenaría mucho que no estuvieses contenta.
—Sois muy bondadoso —respondió la Bella—. Os aseguro que vuestro buen corazón me hace feliz. Cuando pienso en ello no me parecéis tan feo.
—¡Oh, señora —dijo la Bestia— , tengo un buen corazón, pero no soy más que una bestia!
—Hay muchos hombres más bestiales que vos —dijo la Bella—, y mejor os quiero con vuestra figura, que a otros que tienen figura de hombre y un corazón corrupto, ingrato, burlón y falso.
La Bella, que ya apenas le tenía miedo, comió con buen apetito; pero creyó morirse de pavor cuando el monstruo le dijo:
—Bella, ¿querrías ser mi esposa?
Largo rato permaneció la muchacha sin responderle, ya que temía despertar su cólera si rehusaba, y por último le dijo, estremeciéndose:
—No, Bestia.
Quiso suspirar al oírla el pobre monstruo, pero de su pecho no salió más que un silbido tan espantoso, que hizo retemblar el palacio entero; sin embargo, la Bella se tranquilizó enseguida, pues la Bestia le dijo tristemente:
—Adiós, entonces, Bella —y salió de la sala volviéndose varias veces a mirarla por última vez.
Al quedarse sola, la Bella sintió una gran compasión por esta pobre Bestia.
“¡Ah, qué pena”, se dijo, “que siendo tan bueno, sea tan feo!”
Tres apacibles meses pasó la Bella en el castillo. Todas las tardes la Bestia la visitaba, y la entretenía y observaba mientras comía, con su conversación llena de buen sentido pero jamás de aquello que en el mundo llaman ingenio. Cada día la Bella encontraba en el monstruo nuevas bondades, y la costumbre de verlo la había habituado tanto a su fealdad, que lejos de temer del momento de su visita miraba con frecuencia el reloj para ver si eran las nueve, ya que la Bestia jamás dejaba de presentarse a esa hora, Sólo había una cosa que la apenaba, y era que la Bestia, cotidianamente antes de retirarse, le preguntaba cada noche si quería ser su esposa, y cuando ella rehusaba parecía traspasado de dolor. Un día le dijo:
—Mucha pena me dais, Bestia. Bien querría complaceros, pero soy demasiado sincera para permitiros creer que pudiese hacerlo nunca. Siempre he de ser vuestra amiga: tratad de contentaros con esto.
—Forzoso me será —dijo la Bestia—. Sé que en justicia soy horrible, pero mi amor es grande. Entretanto, me siento feliz de que quieras permanecer aquí. Prométeme que no me abandonarás nunca.
La Bella enrojeció al escuchar estas palabras. Había visto en el espejo que su padre estaba enfermo de pesar por haberla perdido, y deseaba volverlo a ver.
—Yo podría prometeros —dijo a la Bestia—que no os abandonaría nunca, si no fuese porque tengo tantas ansias de ver a mi padre, que me moriré de dolor si me negáis ese gusto.
—Antes prefiero yo morirme —dijo el monstruo—que causarte el pesar más pequeño. Te enviaré a casa de tu padre, y mientras estés allí morirá tu Bestia de pena.
—¡Oh, no —respondió la Bella llorando—, os quiero demasiado para tolerarlo! Prometo regresar dentro de ocho días. Me habéis hecho ver que mis hermanas están casadas y mies hermanos en el ejército. Mi padre se ha quedado solo. Permitidme que pase una semana en su compañía.
—Mañana estarás con él —dijo la Bestia—, pero acuérdate de tu promesa. Cuando quieras regresar no tienes más que poner tu sortija sobre la mesa a la hora del sueño. Adiós, Bella.
La Bestia suspiró, según su costumbre, al decir estas palabras, y la Bella se acostó con la tristeza de verlo tan apesadumbrado. Cuando despertó a la mañana siguiente se hallaba en casa de su padre. Sonó a poco una campanilla que estaba junto a la cama y apareció la sirvienta, quien dio un gran grito al verla. Acudió rápidamente a sus voces el buen padre, y creyó morir de alegría porque recobraba a su querida hija, con la cual estuvo abrazado más de un cuarto de hora.
Luego de estas primeras efusiones, la Bella recordó que no tenía ropas con que vestirse, pero la sirvienta le dijo que en la vecina habitación había encontrado un cofre lleno de magníficos vestidos con adornos de oro y diamantes. Agradecida a las atenciones de la Bestia, pidió la Bella que le trajesen el más modesto de aquellos vestidos y que guardasen los otros para regalárselos a sus hermanas; pero apenas había dado esta orden desapareció el cofre. Su padre comentó que sin duda la Bestia quería que conservase para sí los regalos, y al instante reapareció el cofre donde estuviera antes.
Se vistió la Bella, y entretanto avisaron a las hermanas, que acudieron en compañía de sus esposos. Las dos eran muy desdichadas en sus matrimonios, pues la primera se había casado con un gentilhombre tan hermoso como Cupido, pero que no pensaba sino en su propia figura, a la que dedicaba todos sus desvelos de la mañana a la noche, menospreciando la belleza de su esposa. La segunda, en cambio, tenía por marido a un hombre cuyo gran talento no servía más que para mortificar a todo el mundo, empezando por su esposa.
Cuando vieron a la Bella ataviada como una princesa, y más hermosa que la luz del día, las dos creyeron morir de dolor. Aunque la Bella les hizo mil caricias no les pudo aplacar los celos, que se recrudecieron cuando les contó lo feliz que se sentía. Bajaron las dos al jardín para llorar allí a sus anchas.
—¿Por qué es tan dichosa esa pequeña criatura? ¿No somos nosotras más dignas de la felicidad que ella?
—Hermana —dijo la mayor—, se me ocurre una idea. Tratemos de retenerla aquí más de ocho días: esa estúpida Bestia pensará entonces que ha roto su palabra, y quizás la devore.
—Tienes razón, hermana mía —respondió la otra—. Y para conseguirlo la llenaremos de halagos.
Y tomada esta resolución, volvieron a subir y dieron a su hermana tantas pruebas de cariño, que la Bella lloraba de felicidad. Al concluirse el plazo comenzaron a arrancarse los cabellos y a dar tales muestras de aflicción por su partida, que les prometió quedarse otros ocho días.
Sin embargo, la Bella se reprochaba el pesar que así causaba a su pobre monstruo, a quien amaba de todo corazón, y se entristecía de no verlo. La décima noche que estuvo en casa de su padre, soñó que se hallaba en el jardín del castillo, y que veía cómo la Bestia, inerte sobre la hierba, a punto de morir, la reconvenía por sus ingratitudes. Despertó sobresaltada, con los ojos llenos de lágrimas.
“¿No soy yo bien perversa”, se dijo, “pues le causo tanto pesar cuando de tal modo me quiere? ¿Tiene acaso la culpa de su fealdad y su falta de inteligencia? Su buen corazón importa más que todo lo otro. ¿Por qué no he de casarme con él? Seré mucho más feliz que mis hermanas con sus maridos. Ni la belleza ni la inteligencia hacen que una mujer viva contenta con su esposo, sino la bondad de carácter, la virtud y el deseo de agradar; y la Bestia posee todas estas cualidades. Aunque no amor, sí le tengo estimación y amistad. ¿Por qué he de ser la causa de su desdicha, si luego me reprocharía mi ingratitud toda la vida?
Con estas palabras la Bella se levantó, puso su sortija sobre la mesa y volvió a acostarse. Apenas se tendió sobre la cama se quedó dormida, y al despertarse a la mañana siguiente vio con alegría que se hallaba en el castillo de la Bestia. Se vistió con todo esplendor por darle gusto, y creyó morir de impaciencia en espera de que fuesen las nueve de la noche; pero el monstruo no apareció al dar el reloj la hora. Creyó entonces que le habría causado la muerte, y exhalando profundos suspiros, a punto de desesperarse, recorrió la Bella el castillo entero, buscando inútilmente por todas partes. Recordó entonces su sueño y corrió por el jardín hacia el estanque junto al cual lo viera en sueños. Allí encontró a la pobre Bestia sobre la hierba, perdido el conocimiento, y pensó que había muerto. Sin el menor asomo de horror se dejó caer a su lado, y al sentir que aún le latía el corazón, tomó un poco de agua del estanque y le roció la cabeza. Abrió la Bestia los ojos y dijo a la Bella:
—Olvidaste tu promesa, y el dolor de haberte perdido me llevó a dejarme morir de hambre. Pero ahora moriré contento, pues tuve la dicha de verte una vez más.
—No, mi Bestia querida, no vas a morirte —le dijo la Bella—, sino que vivirás para ser mi esposo. Desde este momento te prometo mi mano, y juro que no perteneceré a nadie sino a ti. ¡Ah, yo creía que sólo te tenía amistad, pero el dolor que he sentido me ha hecho ver que no podría vivir sin verte!
Apenas había pronunciado estas palabras la Bella vio que todo el palacio se iluminaba con luces resplandecientes: los fuegos artificiales, la música, todo era anuncio de una gran fiesta; pero ninguna de estas bellezas logró distraerla, y se volvió hacia su querido monstruo, cuyo peligro la hacía estremecerse. ¡Cuál no sería su sorpresa! La Bestia había desaparecido y en su lugar había un príncipe más hermoso que el Amor, que le daba las gracias por haber puesto fin a su encantamiento. Aunque este príncipe mereciese toda su atención, no pudo dejar de preguntarle dónde estaba la Bestia.
—Aquí, a tus pies —le dijo el príncipe—. Cierta maligna hada me ordenó a permanecer bajo esa figura, privándome a la vez del uso de mi inteligencia, hasta que alguna bella joven consintiera en casarse conmigo. En todo el mundo tú sola has sido capaz de conmoverte con la bondad de mi corazón, ni aun ofreciéndote mi corona podría demostrarte la gratitud que te guardo y nunca podré pagar la deuda que he contraído contigo.
La Bella, agradablemente sorprendida, tendió su mano al hermoso príncipe para que se levantase. Se encaminaron después al castillo, y la joven creyó morir de dicha cuando encontró en el gran salón a su padre y toda la familia, a quienes la hermosa dama que viera en sueños había traído hasta allí.
—Bella —le dijo esta dama, que era un hada poderosa—, ven a recibir el premio de tu buena elección: has preferido la virtud a la belleza y a la inteligencia, y por tanto mereces hallar todas estas cualidades reunidas en una sola persona. Vas a ser una gran reina: yo espero que tus virtudes no se desvanecerán en el trono. Y en cuanto a vosotras, señoras —agregó el hada, dirigiéndose a sus hermanas—, conozco vuestro corazón y toda la malicia que encierra. Convertíos en estatuas, pero conservad vuestra razón adentro de la piedra que va a envolveros. Estaréis a la puerta del palacio de vuestra hermana, y no os pongo otra pena que la de ser testigos de su felicidad. No podréis volver a vuestro primer estado hasta que reconozcan vuestras faltas; pero me temo mucho que no dejaréis jamás de ser estatuas. Pues uno puede recobrarse del orgullo, la cólera, la gula y la pereza; pero es una especie de milagro que se convierta un corazón maligno y envidioso.
En este punto dio el hada un golpe en el suelo con una varita y transportó a cuantos estaban en la sala al reino del príncipe. Sus súbditos lo recibieron con júbilo, y a poco se celebraron sus bodas con la Bella, quien vivió junto a él muy largos años en una felicidad perfecta, pues estaba fundada en la virtud.
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Etiquetas: Cuento
martes, 23 de noviembre de 2010
Le Premier Cercle
Le premier cercle
Dirección: Laurent Tuel
Producción: Alain Terzian Christine Gozlan
Guión: Laurent Tuel Laurent Turner Simon Moutaïrou
Música: Alain Kremski
Editor: Marion Monestier
Montaje: Simon Jacquet Anne Klotz
Reparto: Jean Reno Gaspard Ulliel Vahina Giocante Sami Bouajila
País: Francia
Año: 2009
Género: Thriller
Duración: 94 minutos
Cuando aconteció el exterminio Turco en 1915 hacia los armenios, muchos huyeron. Algunos recalaron en Francia. Unos vinieron a trabajar. Otros a delinquir. Así nació el Clan Malakian. En la actualidad este clan, mata, extorsiona, y compra voluntades pistola en mano. Más allá de ver como cometen sus crímenes y robos, lo interesante de la historia es el papel de Anton, hijo del capo Milo, jefe de la organización, quien está llamado a sucederlo. Anton no es como su padre, y no quiere seguir en la organización, todavía menos cuando tras seducir a Elodie la deja embarazada. Es entonces cuando Anton desea más que nunca cambiar de aires, tener un hotelito en la campiña, y ganar el dinero con negocios legales.
A menudo sucede que las cosas no salen como uno quiere, y no es menos cierto que las leyes familiares conforman destinos ineludibles. Así está por ver si Anton podrá ver cumplidos sus propósitos o si todo se irá al traste.
Veremos como se pergeña el gran golpe, que les permitirá si quieren no volver a dar más un palo al agua. Anton aportará su inteligencia al clan. Al acecho anda el Inspector Saunier, que perdió a un buen amigo en una refriega con el Clan Malakian, donde Milo perdió a uno de sus hijos. Podemos por tanto considerar como algo personal lo que Saunier y Milo se traen entre manos.
El guión ofrece una historia consistente, con escasos diálogos, pero bien hilados, exentos de toda esa morralla verborreica que tanto se estila en las pelis de polis. Jean Renó, da vida a Milo, y no mueve en una ceja. Gaspard Ulliel es Anton. Vahina Giocante a quien no veía desde Lilla Dice, aporta buenas dosis de sensualidad a la historia.
Buena muestra de que el cine francés es capaz de ofrecer buenos thriller policiacos tales como MR73, Le nouveau protocole.., que en nada tienen que envidiar a las megaproducciones americanas.
La redención es posible, pero no siempre se consigue.
por Popeye Doyle
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Etiquetas: Cine
Fallen
Fallen from Sascha Geddert on Vimeo.
by Sascha Geddert
A little meteor learns the biggest lesson of life on it's way down to earth.
Realized by Wolfram Kampffmeyer and myself.
Compositing by Sebastian Nozon.
Music and sound design by David Christiansen.
Produced by Stina McNicholas at Filmakademie Baden Württemberg.
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Etiquetas: Cine Cortos
lunes, 22 de noviembre de 2010
Alcanzando la Luna, Laurent Lavender
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Etiquetas: Fotografía
Canibal en una isla desierta. Nimias cosas mínimas
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Etiquetas: Humor
domingo, 21 de noviembre de 2010
Yo así te quiero - Ranchera
"Chaparrita cuerpo de uva
Cinturita de gallina
Ya no hagas mas aerobics
Tu figura me fascina
Ya no cuides lo que comes
Ni te me pongas a dieta
Y qué le importa a la gente
Si es que tu calzón te aprieta
Te quiero así
Yo así te quiero
Pa' mi lo físico
o es lo primero
Te quiero así
Y hazte la sorda
Si cuando pasas
De envidia te gritan gorda
Decidí traerte flores
Y también te traje tortas
Porque después de que comes
Cariñosa te comportas
Así me gustas gordita
Pa' que quiero un esqueleto
De anoréxicas y flacas el panteón esta repleto
(Hablado): Lo tuyo no es exceso de grasa, es exceso de gracia mi amor
Y si dicen que va llena
Peor sería fueras vacía
Y lo que es más importante
Gorda, gorda pero mía
Te quiero así
Yo así te quiero
Pa' mi lo físico
No es lo primero
Te quiero así
Y hazte la sorda
Si cuando pasas
De envidia te gritan gorda"
Joan Sebastián - Así te quiero
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Etiquetas: Canciones
The Platters - EL GRAN PRETENDIENTE
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Etiquetas: Canciones
Rocio Durcal - No me vuelvo a enamorar
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Etiquetas: Canciones
Jorge Negrete - Alla En El Rancho Grande
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Etiquetas: Canciones
sábado, 20 de noviembre de 2010
Dame un móvil inteligente y moveré el mundo
Arqueólogos y antropólogos de Atapuerca tratan de descifrar en cada huesecito la vida de aquellos homínidos del Pleistoceno. Antropólogos de Nokia rastrean huellas de los homóviles, gente que con su teléfono-herramienta solventa las actividades cotidianas en el siglo XXI. Florentino es carne de antropólogo. Comparte colchón con iPhone. "Es lo último que necesito antes de acostarme y lo primero al levantarme".
Antropólogos de Nokia rastrean lo que hace la gente con sus terminales
Se podrán leer desde el teléfono los contadores de luz, gas y agua
En un año se verán las revistas en el móvil con pantallas desplegables
El secreto son las aplicaciones: muchas empresas desarrollando cosas
En España hay más móviles que habitantes, pero la cuestión no es el salto del teléfono fijo al móvil, sino del móvil al smartphone, el teléfono inteligente que va comiéndose a otros aparatos, grandes o pequeños. Primero ocurrió con la agenda electrónica, pero detrás, poco a poco, a medida que mejora la tecnología del teléfono y la confianza del homínido en él, otros aparatos parecen en peligro de extinción.
Los expertos dicen que aún estamos en los primeros peldaños de esta civilización, aunque la velocidad del fenómeno les pilla desprevenidos a ellos mismos. Valgan dos datos para calibrar esta revolución social: en el último trimestre, las ventas de smartphones en el mundo crecieron un 96%; dos, en España la banda ancha del móvil sobrepasa en número a los hogares con esta misma conexión a Internet. El smartphone no es un capricho de ricos, sino, para muchos, una primera necesidad.
"Estoy en mi tienda y me acabo de matricular en la Escuela Massana desde mi móvil. Información, inscripción y transferencia del dinero", cuenta Florentino Vázquez, el joven que duerme siempre con su iPhone, y a veces con su novia.
A sus 33 años, es dueño de las tiendas de ropa Maduixa y, por supuesto, la agenda va en su móvil. "Desde que tengo el smartphone no me olvido de las citas con el médico, la alarma me avisa un día antes". Muy aficionado a la música, ha dejado la radio y hasta el reproductor MP3. "Con Spotify me vale; pago algo y tengo música sin fin". Tampoco tienen cámara de fotos: "Pero sí una aplicación para dar un efecto retro a las fotos que hago con el móvil". La factura mensual de Vázquez asciende a 80 euros, entre llamadas de voz y tráfico de Internet.
Los fines de semana Carlos Melendo prescinde del reloj. "El resto de los días lo llevo por vestimenta, como la corbata". Melendo es director de terminales de Telefónica. Lleva 15 años en el área, vio venir todo, y ve lo que vendrá.
"El reloj fue uno de los primeros aparatos que se comió el móvil. Después llegó el despertador, no a la vez, porque la tecnología no permitía tener apagado el teléfono y que se encendiera con la alarma. El siguiente servicio fue la agenda de contactos, el listín telefónico. Cuando el móvil incorporó una pantalla más grande y a color, facilitó la organización de la semana y con ello eliminó la necesidad de una agenda electrónica. Eso evoluciona hacia la Blackberry", recuerda Melendo. "Incorporó el correo electrónico en cualquier parte y, además, entró en el ordenador de la oficina, coordinando agendas y correos".
Despertador y agenda, primeras víctimas de Telephonosaurius Rex. Siguiente víctima, cámara de fotos. Sus fabricantes vieron caer las ventas de los modelos con menos megapíxeles, y fabricaron con más megapíxeles, pero, en una carrera sin fin, los móviles también mejoraron su calidad fotográfica. "Este año se disparará la grabación de vídeo al incorporarse la alta definición al móvil. No hará falta una videocámara en el cumpleaños de tu hijo. El teléfono tiene memoria y calidad suficientes para salir del paso", dice Melendo.
Nokia, primer fabricante mundial de móviles, tiene un equipo de antropólogos dedicados a investigar y rastrear en lo que el homínido hace con su teléfono. "Trabajan para ayudarnos a entender el comportamiento y las necesidades del consumidor, y sus nuevas conductas", explica Katherine Gough, responsable del equipo de diseño de Nokia. "Luego decidimos si ese comportamiento emergente puede llegar a ser una actividad común o no, para diseñar los móviles en función de ello".
No hay descanso para el trabajo de los antropólogos. "A corto plazo la sustitución más clara es el GPS del coche. Los nuevos smartphones incluyen los mapas, y con la conexión permanente a Internet, es posible guiarte allí donde quieras ir. Google Maps ofrece en Estados Unidos la ruta en función del tráfico del momento y la información que recibe de los automovilistas, y todo eso es gratuito". Ya se notan las dentelladas a los aparatos GPS. En el último año han caído las ventas más del 12%.
En un mundo globalizado no hay muchas diferencias entre lo que sucede en una esquina del mundo y la otra, en Estados Unidos o en España. Incluso allí la penetración del móvil es inferior a la española (82% frente al 113%). "El smartphone y su uso para todo es una tendencia mundial imparable", suscribe Sebastián Muriel, director general del observatorio público Red.es.
Muriel destaca la efervescencia española con el insólito dato de que haya más líneas móviles que habitantes (53,1 millones contra 47), algo que ocurre en muy pocos países.
La popularidad y actividad con el móvil es la que acaba provocando la sustitución de servicios o la extinción de aparatos, siempre con resistencia más o menos numantina. Algunos mueren en la lucha, otros sobreviven, y los hay que renacen. Fue el caso de la telefonía tradicional con el advenimiento del ADSL -Internet rápido por el viejo hilo de cobre-, cuando la gente empezó a darse de baja de la telefonía fija, sobre todo en la segunda residencia. Aún así la línea fija llega al 80% de los hogares españoles, diez puntos menos que en 2002.
La desaparición de la PDA, la agenda electrónica, fue el caso más espectacular de muerte súbita; en cinco años pasó de imprescindible a inútil. "La estrategia de supervivencia de los aparatos que se ven amenazados, como la cámara de fotos y de vídeo, es la conectividad", explica Malengo. "Estamos viendo que las cámaras fotográficas integran wifi y bluetooh, con lo que permiten la impresión de las imágenes directamente en tu impresora o colocarlas en las redes sociales, con lo cual competirán no ya el móvil con la cámara sino la cámara con el móvil".
La sociedad va más rápido que las predicciones de los expertos. En febrero empezará a venderse la Lumix Phone, una cámara de fotos con teléfono, para más descaro del tamaño de un iPhone. La incorporación de la telefonía a la cámara le añade varios pluses: geolocalización automática de la foto -fecha, hora y lugar en que fue tomada- y la descarga en la red social que se prefiera.
En esa tendencia de renovarse o morir, hay relojes-teléfono, MP3 submarinos o marcos de fotos con las cámaras de tráfico de la ruta al trabajo.
¿Pero qué pasará mañana? "La cuestión no es qué es lo próximo que podrá hacer tu móvil, sino qué debería hacer y por qué", se pregunta la diseñadora Katherine Gough.
¿Sustituirá al mando del televisor? "No lo creo, quizás aquí ocurra al revés, que desde el televisor u otro aparato se dirija todo el ocio multimedia del hogar", augura Melendo.
¿Se leerán revistas y periódicos en el teléfono? "Habrá un impulso estas navidades", dice Melendo, "pero más en el iPad que en el móvil. En 2011 o 2012 será más factible leer en el teléfono porque saldrán terminales de pantalla desplegable, como el viejo Communicator de Nokia. Al abrirlo se convierte toda la superficie en una pantalla".
¿Pagos con el móvil? Ya hay pruebas piloto en España por parte de Telefónica con la tecnología NFC. En Japón es el medio de pago común en transporte público y máquinas de vending. Y luego están los pagos por SMS. Quizás en las sociedades desarrolladas sea solo un recurso para cuando no se lleva tarjeta, pero en países sin telefonía fija en zonas rurales y sin oficinas bancarias es una primera necesidad el pago y las transferencias a través de SMS. En Kenia, Zambia, India o Indonesia el mobile payment ha sido un avance fundamental.
"El siguiente paso es la movilidad del datáfono y la tarjeta del cliente", anuncia Melendo. "El sistema NFC también servirá para el acceso físico a tu casa o al trabajo sin necesidad de llaves".
El futurible de Melendo se convirtió hace un año en una realidad para Avel.lí Sanz y su mujer. Sus móviles son un llavero. "Con la conexión bluetooh abro seis puertas: aparcamiento, portal y puerta de mi casa, y aparcamiento, edificio y oficina de mi trabajo en Vic".
Sanz es director de mercadotecnia de BlueKey, una empresa dedicada a abrir y cerrar puertas con el móvil. "Hay muchas aplicaciones, pero útiles no tantas. Ante las novedades, la gente es reacia por principio, pero si demuestras que algo es útil y sencillo, acaba triunfando. Con el smartphone sucede algo singular: es motivo de conversación en cualquier cena o reunión. La gente se ufana de lo último que es capaz de hacer con su móvil. No hay mejor campaña propagandística".
A dos años vista, Melendo predice que el móvil llegará al entorno del hogar, con aplicaciones como la lectura de contadores, que se integrará en el móvil del vecino o en el operario, y recogerá con bluetooh los datos del gas, el agua o la electricidad. También se sustituirán los actuales terminales que llevan los camareros o los agentes de los parkings por el móvil.
Para Muriel, director de Red.es, la explosión del smartphone sería imposible sin las tiendas de aplicaciones, sin las aplis, un fenómeno que también se inventó Apple, hace dos años, y que luego emuló Google con Android Market. "Es la innovación abierta y constante, y además ajena a Apple y Google. Estas aplicaciones de terceras personas son las que facilitan que el smartphone cada vez haga más cosas", dice Muriel. "Los servicios de localización o la realidad aumentada llegan con las aplicaciones y están ahí, a la vuelta de la esquina".
O en el colchón de Florentino: "En mi iPhone llevo unas cuantas aplicaciones, como la del metro, que me va muy bien cuando me olvido de los transbordos; la del bicing, que me dice dónde tengo el aparcamiento más cercano y si está lleno o vacío; y otra aplicación para los cines. Escribo el título de la película y me destaca la sala más cercana donde la ponen y su horario, es más cómodo y rápido que mirar en el periódico o Internet".
La directiva de Nokia insiste en que "el enfoque de lo que se debería hacer, en lugar de lo que se podría, es lo que asegura que cuando se proponen nuevos servicios estén respaldados por una profunda comprensión de las necesidades y el comportamiento del consumidor".
De momento, quizás Vázquez cambie de novia, pero no de iPhone. "No soy un apasionado de la tecnología, pero no volveré a tener un móvil; con un smartphone gano mucho tiempo al día". En el caso de Sanz, seguirá trabajando por un mundo sin llaves, "porque el smartphone aún está infrautilizado". Vázquez y Sanz, dos buenos ejemplos de homóviles universalis para los antropólogos de Nokia.
Un fenómeno sin límites
- En España son más los móviles con banda ancha (32%) que los hogares con la misma conexión (21%), diez puntos más que la media europea, según Red.es.
- Al 19% de los españoles le gustaría tener un móvil de última generación, solo el 8% desea un nuevo televisor y casi nadie un iPod (2%) o un libro electrónico (1%), según Nokia.
- Uno de cada tres españoles ha cambiado su terminal en el último año; uno de cada cuatro tiene un móvil con dos años de antigüedad.
- Hace un año, el 15% de los españoles entre 15 y 35 años accedía con su móvil a Internet, hoy es el 30%, y solo un 5% tenía un terminal con pantalla táctil, hoy ya es el 29%.
- La venta de teléfonos en España creció el pasado año solo un 1%. Sin embargo, la de smartphones subió el 25%, pese a la crisis. En el último trimestre, la venta mundial de estos terminales ha subido el 96%.
JAVIER MARTÍN 20/11/2010
EL PAÍS
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Etiquetas: Telefonía
Vencidos
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
Y ahora ociosa y abollada
va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero,
sin peto y sin espaldar...
va cargado de amargura...
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar...
va cargado de amargura...
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar...
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
va cargado de amargura...
va, vencido, el caballero
de retorno a su lugar.
Cuántas veces, Don Quijote,
por esa misma llanura
en horas de desaliento
así te miro pasar...
y cuántas veces te grito:
Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame
a ser contigo pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
León Felipe
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Etiquetas: Poesía Ajena
No llores por mi
Llevo años buscando algo en mi,
que me ayude a no caer en esa red,en ese abismo,
me encadeno al tiempo imparable,
como condenándome a la incertidumbre sin fin.
Intento salvar mi corazón del frío,
anhelo huir a otra ciudad,a otro mundo,
quisiera viajar al pasado,tener otra vida,
alguna misión que me empuje a seguir.
Acaricio un atardecer,y miro ciega adelante,
esperando que pasen los minutos,
hasta que llege,siempre tarde,la sonrisa,
que me haga volar y aguantar un segundo más.
Cada día te duele el alma,y siento que no soy yo,
me refugio en la oscuridad,
me alimenta la soledad.
Las nubes grises me acorralan,
los sueños caen como gotas al mar,
mis lágrimas son muros
que se derrumban para olvidar.
No hay escondite gratis,
tenemos fecha de caducidad,
no existen labios sin miedo...
por ello perdí el nombre y mi futuro,
me agarre del cielo,
y me columpie notando en la herida
el viento desgarrarme la piel.
La luna con disimulo me abandona,
me transformo y la locura me engaña,
invento salidas oculta en la sombra,
soy mortal y en el espejo se refleja mi pena,
solo hay recuerdos...
y no se que es real,que es ficción.
Voy a saltar hacia el más allá...
no llores por mi...
Laura Fentes Vega
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Etiquetas: Poesía Ajena
EN EL SALÓN
temblaba una opulenta margarita
como un astro fragante entre la sombra;
de pronto, con tristeza,
doblaste la cabeza
y rodó la alta flor sobre la alfombra.
Sin verla, diste un paso
y la flor destrozaste blandamente
con tu escarpín de refulgente raso.
Yo, que aquello miraba, de repente
con angustia infinita,
al ver que la tortura deliciosa
se alargaba de aquella flor hermosa,
con voz que estrangulaba mi garganta
dije a la flor ya exánime y marchita:
"¡Quién fuera tú... dichosa margarita,
para morir así... bajo su planta!"
Julio Flores
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Etiquetas: Poesía Ajena
viernes, 19 de noviembre de 2010
El Tiempo Me Recuerda
En la memoria hay algas que arrastran extrañas maravillas;
objetos que no nos pertenecen o que nunca flotaron.
La luz que recorre los abismos
ilumina años anteriores a mí, que no he vivido
pero recuerdo como ocurrido ayer.
Hacia mil novecientos
paseé por un parque que está en París -estaba-
envuelto por la bruma.
Mi traje tenía el mismo color de la niebla.
La luz era la misma de hoy
-setenta años después-
cuando la breve tormenta ha pasado
y a través de los cristales veo pasar la gente,
desde esta ventana tan cerca de las nubes.
En mis ojos parece llover
un tiempo que no es mío.
Julia Uceda
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Etiquetas: Poesía Ajena
SOLEDAD
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late, y no lo siente...
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!
Juan Ramón Jiménez
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Etiquetas: Poesía Ajena
OTOÑO
Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.
Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón encendido.
De "Quinta del 42" 1952
José Hierro
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Etiquetas: Poesía Ajena
jueves, 18 de noviembre de 2010
JORGE NEGRETE - AY JALISCO NO TE RAJES
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Etiquetas: Canciones
miércoles, 17 de noviembre de 2010
martes, 16 de noviembre de 2010
Evitar que se peguen las Lentejas
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Etiquetas: Gastronomía
lunes, 15 de noviembre de 2010
domingo, 14 de noviembre de 2010
Formula 1 Clasificaciones al 13.11.2010
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Etiquetas: Automovilismo F1
sábado, 13 de noviembre de 2010
Luis García Berlanga fallece a los 89 años
Llevaba tres años apartado del mundo, su último plano lo rodó en 1999, junto al Mediterráneo, en Peñíscola. Fue para París Tombuctú, una película coral, en la que no regateó el tema de la muerte. La misma que le sorprendió esta madrugada a las cinco, en su casa de Pozuelo. Ya lo había dado todo en el cine. Ya había pasado por méritos propios a la historia del arte universal.
• "Se ha ido uno de los grandes del cine junto a Fellini y Wilder"
• Adiós Mr. Berlanga
• La hormiga que se creía cigarra
• "Viví la Guerra Civil como si fueran unas largas vacaciones"
• El pesimista erótico
La última vez que apareció en público fue en julio de este año. Acudió en silla de ruedas a la inauguración de la Sala Berlanga, en Madrid. A los presentes se les quedó grabado un gesto. Parece que andaba despistado, no conocía ya a muchos de los que le rodeaban. Pero sentía. Con la mano se dibujó unas lágrimas en la cara.
Es lo menos que podía tributarle el mundo del cine: una sala con su nombre. Una sala donde volver a contemplar sus propias obras maestras: de Bienvenido Mister Marshall a Plácido, pasando por la genialidad de El verdugo, la serie que comenzó en La escopeta nacional, la visión tan descarnada y absurda de la guerra que da en La vaquilla.
Con Luis García Berlanga muere un estilo, una voz, la visión de un país, una cultura, una filosofía propia sobre el género humano, zurcida a dúo con otro genio, el guionista Rafael Azcona. Fue fetichista, director de una colección de literatura erótica que ha marcado época, como la sonrisa vertical. Pero ante todo fue el cronista y la conciencia -buena y mala- de un país enfangado por los traumas de la guerra, el notario de una supervivencia colectiva.
Amante de la improvisación, en su última etapa no se hartaba de decir que los guiones eran los Goebbels de las películas, que confiaba en una naturalidad instantánea, un rayo de inspiración que a veces cuadraba mal con su obsesión por los planos secuencia, pero que cuando funcionaba le resultaba redonda. Valenciano, mediterráneo, obsesionado por la sensualidad, su cine fue una manera de hablar, una manera de plantar cara al absurdo de la vida con humor y tragedia, con piedad y comprensión. La obra de un poeta visual, descarnado y tierno, radical y piadoso.
Berlanga, que nació en Valencia el 12 de junio de 1921 en el seno de una familia burguesa y era nieto de un gobernador de su ciudad e hijo de un diputado de la Unión Republicana (Frente Popular), ha fallecido "de mayor" y "tranquilamente", según un miembro de su familia. Su capilla ardiente se abrirá a las 19.00 en la Academia de Cine (calle Zurbano 5, Madrid). La capilla permanecerá abierta hasta la medianoche y mañana de 10.00 a 13.00, momento en el que el féretro saldrá hacia el cementerio, según un portavoz de la Academia. Será enterrado mañana a las 15.00 en el cementerio madrileño de Pozuelo de Alarcón. El cineasta y académico fue Premio Príncipe de Asturias en 1986, Premios Nacional de Cinematografía (1981) y la Medalla de Oro de Bellas Artes (1983).
JESÚS RUIZ MANTILLA - Madrid - 13/11/2010
EL PAÍS
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Etiquetas: In Memoriam