jueves, 17 de febrero de 2011

¡Al blog!

Lo tengo que contar: estas Navidades han supuesto un descubrimiento maravilloso, una epifanía.
¡La fuerza me acompaña!

Como en todas las familias, en la mía hay pullas y etiquetas para dar y tomar. Yo, desde pequeña, soy tocapelotas, demasiado imaginativa, rarita y... Hasta aquí puedo confesar.

Y si no lo soy, da igual, porque eso es lo que han decidido mis padres y mis hermanos hace siglos, y nada de lo que diga o haga les va a hacer cambiar de opinión.

Hay cosas peores. (Por eso no cuento lo que decimos de algún otro personaje familiar).

El caso es que, cuando nos juntamos, suele haber muchas risas y alguna bronca. Broncas derivadas normalmente de mitos familiares, de un pasado que nos vamos inventando entre todos y que nos tiramos a la cara según el estado de ánimo general o el público asistente (obviamente, los días que viene mi cuñado el gurú, cobra mi hermana, una penitencia ínfima por haberlo metido en nuestras vidas).

Esas mínimas verdades pueden llegar a convertirse en leyendas. Por ejemplo, que mi tío el ateo quiso ser cura y se le cruzó una rubia que le convenció de que somos mejores las morenas, que mi hermano fue traumatizado en un colegio en el que nunca estuvo matriculado, que mis padres fueron tan progres que no estamos seguros de si mi hermana mayor es hija suya o fruto de una utópica comuna...

Y así, con una constante: que yo siempre me llevo la peor parte, porque soy la pequeña y, si discrepo, me gritan todos: "¡Cállate, Sol! Si tú no te puedes acordar...".

Hasta este año. El día de Reyes me planté y, cada vez que alguno amenazaba con pasarse, cada vez que pretendía humillarme delante de Pablo y de sus hijas, yo le miraba fijamente y vocalizaba dos palabras: "AL-BLOG".

No ha hecho falta más: todos saben que este blog está en EL PAÍS y que es un bonito altavoz (con más o menos distorsión) para superar mis traumas y vengar mis rencores. Todos saben que puedo, como siempre he hecho, elegir entre contar la verdad, inventar y mentir impunemente.
- Cualquier cosa que imagine, puede ser creída en vuestra contra.

Mis padres y mis hermanos lo entendieron enseguida, pero a mi hermana le costó un poco más: "¡Pues me hago yo un blog!", protestó.

Y yo, con mi mejor cara de mala, le dije que sí, que mandara a EL PAÍS un diario de su vida de mariperfecta, ella que no miente ni cuando llega tarde al curro (de hecho, nunca ha llegado tarde al curro). Perfecto para aburrir a las ovejas.

Ahí se acabó todo su amago de revolución.
Por primera vez en treinta años, todos comen de mi mano.
O lo fingen.
Mola.

Lo que no sé es si aguantaré con el blog hasta las próximas Navidades o voy a acabar como Pinocho: marcada para siempre por el blog y la venganza. Con las orejas de burro puestas, callada, en un rincón.

Nota de la autora sobre el debate de los hijos de ayer: no he dado mi opinión porque sólo me vale a mí y a mi circunstancia. Más allá de contextos emocionales, económicos, familiares, sostenibles, etc., creo que es una decisión 100% personal. Creo también que es difícil tener la responsabilidad de decidir, pero es mucho peor, como les pasa sobre todo a algunos hombres, no tener la libertad de hacerlo.
Está muy bien poder hablar de temas tan sensibles: sigo abierta a sugerencias. Gracias.

Por: Paloma Bravo
EL PAÍS

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