jueves, 12 de febrero de 2009

Rajoy pierde el norte

El PP no puede buscar fuera las culpas y causas de los escándalos originados en su interior.

El Partido Popular no ha podido resistir el embate de los dos graves casos que afectan a su organización, principalmente en Madrid, y ponen en entredicho la autoridad y el temple como dirigente de su presidente y jefe de la oposición en el Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy. La reacción ante la avalancha de ceses y dimisiones en relación con los escándalos cruzados que sufre el PP ha sido una cascada incontrolada de adjetivos: armado de ellos compareció ayer Rajoy, tras la reunión del Comité Ejecutivo Nacional, y ardió Troya.

Obsceno e inaceptable consideró que el juez Garzón y el ministro de Justicia compartieran el pasado domingo una jornada cinegética, hecho que en su opinión debería obligar al instructor a abandonar la investigación. Anunció también que desde ese mismo instante rompía relaciones con el Ministerio de Justicia mientras su titular fuera Bermejo, y que solicitaría una comparecencia parlamentaria del fiscal general para pedirle explicaciones sobre el trato desigual dispensado a los partidos afectados por casos de corrupción.

"No hay una trama del PP, sino una trama contra el PP", dijo para resumir. No es del todo falso: es gente del PP contra el PP. De una parte, fueron miembros de ese partido quienes grabaron conversaciones comprometedoras y denunciaron los hechos que investiga Garzón; y de otra, como dijo el líder popular en el País Vasco, Antonio Basagoiti, mientras algunos afiliados arriesgan su vida por serlo, otros intentan aprovechar su militancia para hacer negocios. Es hacia el interior de su partido donde debe mirar Rajoy, y no hacia quienes desde fuera investigan o piden explicaciones.

Aunque al principio, fiel a su estilo, Rajoy reaccionó con parsimonia a las noticias indicadoras de la profundidad de la trama, ayer perdió los papeles y decidió salir personalmente a marcar la posición, en unos términos que podrían corresponder a un desahogo personal, pero lamentablemente van mucho más lejos y no dejarán de tener consecuencias -malas-, sobre todo para los propios populares. Los hechos no admiten bromas ni malas excusas: ahí están esas prácticas corruptas de ediles del PP que en absoluto pueden quedar dispensadas porque también las haya en otros partidos. Y ahí está también la sensación de impunidad con que esas prácticas se han extendido en los territorios en que el PP tiene mayoría absoluta. Hablar de filtraciones o conspiraciones entre la Fiscalía General del Estado y un juez de la Audiencia Nacional suena a excusas de mal pagador.

Rajoy no va adquirir más credibilidad como líder del partido con mayor número de afiliados de España gracias a sus adjetivos indignados. Tampoco su partido, necesitado de una urgente y drástica limpieza interna: no basta una investigación para exculpar a los dirigentes, como en otras ocasiones, sino que debe romper con la confusión entre intereses públicos y privados enquistada en su seno. La opinión pública no reacciona tanto contra la corrupción como contra la pasividad de los dirigentes a la hora de hacerle frente.

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Editorial EL PAÍS, 12/02/2009

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