viernes, 25 de enero de 2008

SIN COMENTARIOS

He pensado: Un poema no debe de ser vago.
Si quiero que funcione debe de ser exacto.
Entonces no he cantado, he contado
de uno en uno los muertos que llevamos

Me he sentado ante mi mesa, y he apuntado
sus nombres y apellidos. Sin comentarios.
Al llegar al noveno ya estaba llorando
pero hacia dentro. Sin comentarios.

Veintidós, veintitrés y veinticuatro.
La rabia me retorcía. Las lágrimas corrían.
Pero había que tragarlas. Sin comentarios.

Treinta y tres. Treinta y cuatro.
¿Se pueden llevar más lejos el dolor y el espanto?
He tirado mi boli. He suspirado pensando:

Cumplí lo que podía. Mi poema ha terminado.
Y entonces un amigo me ha anunciado
que acaban de matar al treinta y ¿cuántos?

Gabriel Celaya

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