lunes, 1 de abril de 2013

DÍA LLUVIOSO


Llovía, llovía tan copiosamente como aquel día
y mi cabello humedecido tenía ese olor
sensualmente fresco
que en ti producía mil arrebatos caricias.

Sentía esa sensación de placidez, de quietud,
mirando a través del las ventanas del coche
donde estaba refugiada,
viendo cómo las gotas de lluvia
escurrían cristal abajo,
de igual forma que se nos va escurriendo la vida,
escuchando una y otra vez su golpear.
Se precipitaban,
se estrellaban,
se herían contra el cristal
sin llegarme a rozar.

La gente apresuraba el paso por las calles
bajo sus gorros, sus gabardinas,
sus paraguas de colores,
mientras mi mirada perseguía
la figura del hombre que me acompañaba,
y que me dejo guarecida en su coche
aparcado en doble fila.

Su cuerpo se encorvaba
queriéndose proteger instintivamente
de la copiosa lluvia que caía 
mojándole la chaqueta, el rostro,
las gafas sin parabrisas.

Al acercarse al coche me hizo un gesto afirmativo
indicándome que había conseguido la dirección
que salió a buscar,
le devolví una sonrisa agradecida,
pero mis ojos se arroparon de nostalgia:
ya no estaba en esa ciudad fría y amurallada
a la que tú me llevabas,
ya no rodábamos juntos por esa sinuosa carretera,
ya el tiempo y la distancia nos había separado,
y ya no olerías mi cabello humedecido por la lluvia
ni mi piel sentiría tus dulces caricias.
Fue en ese instante cuando me pregunté
si yo seguía siendo la misma.

Escrito por Topacio

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