martes, 20 de octubre de 2009

Bertuca


En tu agonía, amor.

¡Cuánto le costó a la muerte apagarte los ojos!
Sopló una vez,
dos veces,
tres veces -¡bien lo vi! -
y tus ojos siguieron encendidos.
Alguien dijo:
Ya no tiene ni sol ni sal en las venas
y los ojos no se le apagan.
Yo llegué a pensar que no se apagarían
nunca,
que quedarían encendidos para siempre
como las alas de una mariposa de oro
eternamente abiertas
sobre los despojos de la muerte.
Al fin todo se hundió...
y tu mirada se torció y se deshizo
en un cielo turbio y revuelto...
Y ya no vi más que mis lágrimas.

León Felipe

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