sábado, 25 de julio de 2009

Sol Alameda, una entrevistadora única

La periodista Sol Alameda, acompañada del principe Felipe y de su marido, el director de cine
Emilio Martínez Lázaro, en una foto de archivo de 2002- MIGUEL GENER
Desde la gran amistad que nos unió en nuestra juventud, no puedo menos que unirme en el dolor que me embarga, con toda su familia y hacer mías las palabras que Gabriela Cañas dedica a Sol en EL PAÍS.
Hasta pronto Sol, descansa en paz.

Sol Alameda, una entrevistadora única.

Hubo un tiempo, muy largo, en el que leer El País Semanal ofrecía un gran aliciente, un valor añadido único y original: la entrevista de Sol Alameda. Durante años, Sol puso todo su oficio y su inteligencia en la búsqueda de los mejores retratos para la revista dominical de El País. Y obtuvo logros memorables gracias a ese ingenio y esa agudeza que siempre le caracterizó. Gracias a esa manera de ver y mirar el mundo desde la inteligencia de una mujer siempre espoleada por la curiosidad y el afán de ampliar su visión del mundo y, de paso, el nuestro.

Sol Alameda murió ayer en Madrid rodeada de su hija Clara y de su marido. Tenía 66 años y esa innata curiosidad suya le ha permitido continuar siendo un poco niña hasta el final. Una niña feliz y divertida, capaz de descubrir vivencias y personajes, capaz de abrirnos las puertas de las personalidades más dispares. Ella cultivó desde muy pronto el género periodístico de la entrevista, aunque también hizo interesantes incursiones en la investigación periodística. Como subdirectora del programa Teleobjetivo de TVE, por ejemplo, investigó en profundidad el entramado terrorista de la banda ETA, el del GRAPO, el Opus Dei o el relato pormenorizado de los días posteriores a la muerte de Francisco Franco.

En 2002, Sol Alameda recibió el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo que otorga la Asociación de Periodistas Europeos. Ella siempre guardó como un grato recuerdo la foto de aquel acto en el que la periodista aparece sonriente junto al Príncipe Felipe y su marido, el cineasta Emilio Martínez Lázaro. Aquel día, Sol Alameda habló de sus entrevistas y de la necesidad de contar con la colaboración y la ayuda del entrevistado "incluso desde el desacuerdo". Comparó su tarea con la del espadachín y agradeció, en un gesto muy suyo, "a los simpáticos y a los antipáticos, a los fáciles y a los difíciles, a los generosos y los tacaños" la ayuda prestada en sus años de trabajo.

Sol Alameda era culta, inteligente y sencilla. Era una gran conversadora interesada por la política, pero también, de manera muy especial, por el arte. Le gustaba mucho dividir al mundo entre simpáticos y antipáticos. Ella pertenecía, sin lugar a dudas, al primero de los grupos y era justamente todo su bagaje y esa forma de ser la que le convirtió en una entrevistadora única, constructora de una obra monumental, en una mujer corajuda y fuerte, muy por encima de lo que presagiaba su menudencia.

Un modelo profesional. Una persona inolvidable.

GABRIELA CAÑAS 25/07/2009
EL PAÍS

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