jueves, 16 de julio de 2009

La Cenicienta

En cierta ocasión un hombre muy bueno tenía una hija muy linda se quedó viudo. Para cuidar mejor a su hija, que era muy pequeña, decidió casarse con otra mujer, que tenía dos hijas, caprichosas y muy maleducadas.

Pero un día, este hombre murió. Fue entonces cuando la madrastra y las dos hijas empezaron a tratar mal a la pequeña Cenicienta. Así la llamaban porque siempre estaba sucia de ceniza de tanto trabajar en la cocina.

La niña, que era muy amable y linda, tenía que hacer los trabajos más cansados de la casa: fregar las ollas de la cocina, barrer el suelo, dar a comer a los animales.

Una mañana, el correo del rey anunció que se iba a realizar una gran fiesta en el castillo al que quedaban invitadas todas las doncellas.

Al escuchar el mensaje, la madrastra y hermanastras de Cenicienta se dieron prisa en vestirse con elegancia para ir a la fiesta.

- ¡Cenicienta! ¡Prepara mi vestido! -gritaba una de las hermanastras.

- ¿Dónde están mis zapatos? -preguntaba la otra. Cuando llegó la hora de partir para el castillo todas se marcharon, salvo la linda muchacha. Cenicienta, que deseaba conocer al príncipe, se quedó llorando. Fue en ese momento cuando apareció una resplandeciente hada.

- ¿Por qué lloras, pequeña? -le dijo con una voz dulcísima.
- Porque deseaba ir a la fiesta -contestó la muchacha.

El hada le prometió que la ayudaría. Para ello necesitaba una calabaza del huerto. Cuando Cenicienta se la llevó, la convirtió en fantástico carruaje. A unos ratoncitos que correteaban entre las plantas los convirtió en unos caballos blanquísimos y a una rata en un cochero con grandes bigotes. Unas lagartijas que había en una ventana terminaron siendo pajes. El hada tocó a la joven con su varita mágica y un hermoso vestido cubrió a la muchacha al instante. Estaba lindísima con sus zapatos de cristal.

- Cenicienta, puedes ir a la fiesta ahora, pero vuelve antes de la medianoche, porque entonces desaparecerá el encanto. No te olvides -le dijo el hada mientras la muchacha se dirigía al castillo.

Al llegar hubo un gran murmullo entre los invitados. Era tan linda que el príncipe se fijó enseguida en ella. La joven no podía creer que el príncipe le piediera bailar con él.

Las horas pasaron rápidamente y el reloj, al fin, comenzó a tocar las doce campanadas. Al escucharlas, Cenicienta salió corriendo, perdiendo uno de sus zapatos de cristal.

El príncipe halló aquel zapato y decidió encontrar a aquella dama tan bella. Por esa razón, mandó a su correo que anunciara por todo el reino que el príncipe se casaría con la doncella que fuera la dueña de aquel zapato de cristal.

Algunos días después pasó la comitiva real por casa de nuestra amiguita. Sus hermanastras se probaron el zapatito pero fué inútil. Era demasiado pequeño.

Fue entonces cuando vieron a la joven sirvienta de la casa y le rogaron que se probara el zapato. Era precisamente su medida. En aquel instante Cenicienta apareció tan linda como la noche de la fiesta.

Poco tiempo después la humilde Cenicienta se casaba con el apuesto príncipe. Era el premio a la bondad de la sencilla muchacha.

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