martes, 16 de junio de 2009

Javier Pérez y Alberto Corazón transforman la catedral de Burgos

Las obras de ambos artistas dialogan con la iconografía del monumento gótico.

El misterio y la belleza de la liturgia de la Iglesia católica ha inspirado una buena parte de la historia del arte. Su especial iconografía ha fascinado en el mundo antiguo, pero también en el arte contemporáneo. La intervención de Miquel Barceló en la catedral gótica de Palma de Mallorca es uno de los ejemplos más conocidos. Hace cinco años que la catedral de Burgos abrió sus puertas al talento de artistas contemporáneos. Una vez más, la escenografía de cálices, casullas, cruces o campanas ha sido transformada por dos representantes del arte más actual: Javier Pérez (Bilbao, 1964) y Alberto Corazón (Madrid, 1946). Las intervenciones de estos dos artistas se podrán contemplar hasta finales de septiembre.

Las campanas de vidrio recuerdan una hilera de monjes en oración.

A lo largo de las pasadas ediciones han participado artistas como Carmen Calvo y Miquel Navarro (2005); Martín Chirino y Gerardo Rueda (2006), José Manuel Ballester y Stephan Balkenhol (2007) y Bernardí Roig y Marina Núñez (2008). Rafael Sierra, el comisario de esta iniciativa, explica que ha escogido a Pérez y Corazón después de seguir su trayectoria durante muchos años: "Si se observa la lista de artistas, se ve que el proyecto de Burgos no es homogéneo, sino más bien todo lo contrario. De Javier Pérez me interesa la capacidad que tiene para enfrentarse a los grandes espacios, y de Alberto Corazón, la habilidad que tiene para integrar lenguajes".

Javier Pérez ha creado dos piezas para el claustro de la catedral. Lamentaciones y Rosario (Memento mori). El origen de este trabajo está en la instalación Tempus fugit, que realizó en 2004 para el Reina Sofía. Pero aquí la obra se ha adaptado al templo y el resultado es bastante diferente. El visitante se encuentra con una serie de campanas de vidrio soplado negro que recuerdan la presencia de una hilera de monjes en oración o en forma de comitiva. "El rojo intenso original de las anteriores campanas se convierte en negro, y como piezas de un ritual difícil de descifrar, se tiñen del propio recogimiento y misticismo del claustro. Algunas, mediante un mecanismo motorizado, son golpeadas de forma lastimosa por brazos de resina negra. Este tañido constante alerta de forma amenazante sobre la condena sin fisuras a la que todos estamos sometidos. Otras albergan en su interior voces humanas que emergen creando una atmósfera inquietante", explica Javier Pérez.

La segunda pieza del artista, Rosario (Memento mori) está sobre el suelo, junto al crucero central del patio. Desde allí dialoga con la instalación aérea de campanas. Las cuentas del rosario son cráneos humanos de tamaño natural, y en lugar de un crucifijo hay dos grilletes.

La propuesta de Alberto Corazón es menos dramática. El diseñador, que estos días expone antológica en Shanghai y que acaba de estrenar escenografía operística en Madrid (Dos delirios. Variaciones sobre Shakespeare), ha conformado su intervención en torno a las esencias del agua, la tierra y el fuego, "elementos esenciales para la expresión espiritual".

Corazón ha querido ahondar en la esencia primigenia de lo sagrado, y para ello ha vuelto a viajar por La noche oscura, de San Juan de la Cruz. Con su peculiar iconografía, ha llenado de palabras el interior de la catedral. Hay una pintura mural de dos metros por cinco con la zarza ardiente de Moisés. En el centro, una gran pila de bronce sobre columnas multicolores. Las "ocho canciones del alma" de San Juan de la Cruz están sobre el paño del gran altar de acero. Y para terminar, unas pinturas elegíacas redecoran las casullas de la liturgia.

ÁNGELES GARCÍA - Madrid - 16/06/2009
EL PAÍS

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