miércoles, 7 de mayo de 2014

ODA XLVII De la Nieve

Dame, Dorila, el vaso 
lleno de dulce vino,
que sólo en ver la nieve
temblando estoy de frío.

Ella en sueltos vellones
por el aire tranquilo
desciende, y cubre el suelo
de cándidos armiños.

¡Oh! como el verla agrada,
seguros de su tiro, 
deshecha en copos leves 
bajar con lento giro!

Los árboles del peso
se inclinan oprimidos,
y alcorza delicado
parecen en el brillo.

Los valles y laderas,
de un velo cristalino
cubiertos, disimulan
su mustio desabrigo.

Mientras el arroyuelo, 
con nuevas aguas rico,
saltando bullicioso
se burla de los grillos.

Sus surcos y trabajos
ve el rústico perdidos,
y triste no distingue
su campo del vecino.

Las aves enmudecen
medrosas en el nido
o buscan de los hombres 
el mal seguro asilo.

Y el tímido rebaño
con débiles balidos
demanda su sustento
cerrado en el aprisco.

Pero la nieve crece,
y en denso torbellino
la agita con sus soplos
el aquilón maligno.

Las nubes se amontonan, 
y el cielo de improviso
se entolda pavoroso
de un velo más sombrío. 

Dejémosla que caiga 
Dorila, y bien bebidos, 
burlemos sus rigores 
con dulces regocijos. 

Bebamos y dancemos, 
que ya el abril florido 
vendrá en las blandas alas 
del céfiro benigno.

Juan Meléndez Valdés

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