domingo, 17 de mayo de 2009

Superviviente Nadal

El 'número uno' supera tres bolas de partido, una molestia en el muslo derecho y más de cuatro horas de juego ante un gran Djokovic para meterse en la final del abierto de Madrid.

En medio del infierno, con cuatro horas de partido cumplidas y la grada volcada, Rafael Nadal mira hacia su banquillo. Se descuenta punto a punto el tie-break de la tercera manga, busca que se rompa el equilibrio en el partido, decir adiós con máxima tensión a una tarde de fuego, sudor y continuo martirio. Novak Djokovic lucha como un miura. Saca como un herrero manejando su martillo. Explota con dejadas que Nadal esté viviendo un suplicio, lento y medio roto, con el cuádriceps de la pierna derecha vendado con mimo. Tira Djokovic con todo, y se asegura una tras otra tres bolas de partido. Mira entonces Nadal al tendido. Hay banderas de España. Hay gritos, aplausos, chillidos. Cada punto se disputa entre un silencio mortuorio. Cada cambio en el marcador se subraya con estruendo. Todo eso lo observa Nadal en la arena, solo, hasta que a sus oídos, escondidos los ojos tras una toalla, llega de nuevo la orden que lleva escuchando todo el partido: "¡Mueve las piernas! ¡Juega con intensidad! ¡No te pares!". Habla Toni Nadal, y a la batalla que vuelve su sobrino. El momento es sobrecogedor: el mallorquín salva los tres puntos decisivos por la vía de los valientes (3-6, 7-6 y 7-6), y llega hasta la final del Abierto de Madrid.

"¿Cómo ganarle? No lo sé. Quizá tenga que usar dos raquetas", declaró el serbio.
"He jugado muy valiente", resumió el número uno del mundo, que jugará la final hoy (16.00, La2) contra el vencedor del Juan Martín del Potro-Roger Federer. "Partidos como éste, con tanta emoción, jugando a un nivel muy alto, no se ven todos los días. Empecé jugando mal y el partido estaba muy negro. Por la altura, me estaba costando golpear la bola con confianza, jugaba corto, sin coger bien la distancia. Golpeo con un poco de miedo, para que no se vaya fuera", añadió. "He acabado jugando un partidazo. No tengo palabras para agradecer al público que me hiciera llegar a la final. Djokovic ha estado a unos centímetros de ganarme. Recuperarme de la paliza no será fácil".

Hay cifras que resumen la dificultad del partido. Nadal tardó más de 20 minutos en anotarse el primer juego (3-1). Luego, tardó tres horas en lograr su primera rotura. En medio, simplemente, luchó contra sí mismo. Dolido en el cuádriceps, que le había obligado a parar la práctica de la mañana -"Le duele la inserción en la rodilla y ha habido que darle un antiinflamatorio", confirmó el doctor del tenista-, el número uno se movió con dificultades, erró muy por encima de su media (más de 46 errores no forzados), estuvo mal con el revés y nunca pareció encontrarle las distancias a la pista. El mallorquín tenía mucho respeto a la altura de Madrid.

La exhibición de Djokovic, impecable al servicio durante la primera manga, unidos a sus malos movimientos, le metieron en un lío del que sólo le sacó su voracidad competitiva.

"Esta pista iguala las cosas", explicó Toni Nadal, "emocionado" tras el partido. "La bola bota mucho, y cuesta meterla dentro", cerró.

Pasada la segunda manga, gestionada con sabiduría, Nadal empezó a crecer. Lo que había empezado siendo un discurso unidireccional, Djokovic paciente, siempre incisivo, acabó convirtiéndose en un baile diabólico, con las raquetas echando humo, la pista llena de surcos, y los tenista desatados. Djokovic tuvo el partido en sus manos, pero acabó derrotado, como siempre que ha jugado contra Nadal sobre arcilla (9-0). "¿Qué hacer para ganarle?", le preguntaron al serbio, descompuesto tras el encuentro. "Me he quedado a un punto de la victoria. Quizás, en el siguiente, tenga que utilizar dos raquetas o jugar más deprisa en los puntos de partido. No sé".

Hay encuentros que quedan en la memoria. Nadal acumula ya más que un puñado. Ayer, en un tarde apasionante, sumó otro a la lista. Ganó. Se tiró al suelo. Vio cómo su banquillo era una piña abrazada. A la pista le fue a buscar un niño que se quedó su bandana. Y luego, deshecho, revuelto el pelo, un guerrero tras la batalla, se despidió de un público enfebrecido: "Sin vosotros no lo hubiera conseguido".
JUAN JOSÉ MATEO - Madrid - 17/05/2009
EL PAÍS

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