jueves, 2 de octubre de 2008

Los economistas han traicionado a la realidad

Vive en Montmartre pero la cita es en el centro de París, en Marais. Comemos en la terraza pues, aunque ya hace fresco, nos ahorramos el zumbido de la música de fondo. Lleva un traje oscuro y -previsor- un jersey de lana por encima de la camisa. Jean-Luc Gréau nació en Argelia hace 65 años. Entonces el país era francés pero dejó de serlo cuando él cumplió los 18. "En 1962 llegamos a Montpellier. Y allí cursé mis estudios. La ciudad nos acogió bien". Ningún trauma de pied noir, de colonizador que desentona en la metrópoli. Y enseguida trabajó en la patronal. Como economista. "Durante 27 años he estado dedicado a presionar a los diputados franceses. Había que asesorarles en materia económica. Y defender nuestro punto de vista, claro". Que era el de un estricto liberal.

Su premonitorio libro sobre la crisis le ha puesto en órbita en Francia.

Pero eso es ya un pasado remoto porque hoy, convertido en autor de éxito y subido a los púlpitos de opinión gracias a La trahison des économistes (La traición de los economistas), un bombazo en plena crisis, se ha descubierto como un intenso orador que no presta demasiada atención al menú. La ensalada se aburre en el plato y el salmón a l'unilateral se queda frío.

"Hace mucho que dejé de confiar en la capacidad autorreguladora del mercado. Lentamente. Primero Nixon abandonó la garantía del llamado patrón-oro. Luego vinieron Reagan y Thatcher, la desregulación y la venta del patrimonio del Estado. El paro y la miseria se hicieron endémicos. Los ricos lo eran cada vez más y la parte del salario cada vez es menor en el coste final de un producto".

Sus dos primeros libros fueron tan minoritarios como premonitorios, pero el tercero llega en el momento adecuado y se vende como rosquillas en un país ansioso de explicaciones. "Lo que yo defiendo, antes era inaudible". Porque la crisis le ha conferido una autoridad que antes monopolizaban esos "economistas traidores". ¿A qué? "A la realidad".

Él es una excepción en un contexto donde domina el discurso no intervencionista: proteccionista, contrario a la moneda única y defensor del Estado. "No creo que Europa tenga que ser proteccionista respecto a EE UU o Canadá, pero es absurdo que no lo sea frente a China, Corea o Ucrania". Gréau pone el dedo en la llaga: los intercambios son desiguales cuando en un país existe protección social y en el otro no, cuando en uno los salarios son altos y en el otro miserables.

La crisis actual, dice, es el final de un proceso de financiarización de la economía. "Hoy el consejo de administración deja que el gerente o director se fije el propio sueldo. Es descomunal. Fuera de toda lógica. Y él, a cambio, se ocupa de multiplicar el valor de las acciones en muy poco tiempo. Jugando con la deuda. Se confunde el interés de la empresa con el de sus accionistas, de unos pocos. Y la burbuja estalla".

Lo explica con orden y calma. Con la calma del converso. "Soy una mezcla de keynesiano y schumpeteriano que se reconoce deudor ante Marx y, sobre todo, ante Adam Smith. Difícil de clasificar". Pero si hace un año nadie quería escuchar a los augures inclasificables, hoy los lectores franceses dan la razón a sus libros.

Y a nuestro alrededor, ahora caemos, el restaurante no se ha llenado. Impensable hace seis meses.

OCTAVI MARTÍ 02/10/2008
EL PAÍS

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