jueves, 31 de julio de 2014

Tus macrófagos me fascinan


Truco


miércoles, 30 de julio de 2014

martes, 29 de julio de 2014

domingo, 27 de julio de 2014

sábado, 26 de julio de 2014

viernes, 25 de julio de 2014

jueves, 24 de julio de 2014

miércoles, 23 de julio de 2014

martes, 22 de julio de 2014

Decálogo del conductor eficiente

 

Cómo partir una sandía


lunes, 21 de julio de 2014

Buena vista


Buffff!


domingo, 20 de julio de 2014

Blanco sobre Blanco


Así, sin buscarte...


sábado, 19 de julio de 2014

Arroz con leche asturiano

 

ALITAS DE POLLO PICANTES

 

viernes, 18 de julio de 2014

Aliño para aceitunas

 

Alcachofas al horno

 


jueves, 17 de julio de 2014

Aderezo de yogurt para ensalada

 

Aguacates rellenos

 

miércoles, 16 de julio de 2014

Disciplina secreta

La casa como barco
en alta mar de junio. 
Las calles como trenes 
de noche sosegada. 
Estas cosas no pasan en el mundo. 
Estoy por afirmar 
que ahora vivo en un libro de poemas. 
Pero si tú me miras, 
decidida a existir 
desde el fondo templado de tus ojos, 
también existe el mundo. 
Y muy probablemente 
yo acabaré por existir contigo. 

Luis García Montero

Tristeza del recuerdo

Por las esquinas vagas de los sueños,
alta la madrugada, fue conmigo
tu imagen bien amada, como un día
en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

Agua ha pasado por el río abajo,
hojas verdes perdidas llevó el viento
desde que nuestras sombras vieron quedas
su afán borrarse con el sol traspuesto.

Hermosa era aquella llama, breve
como todo lo hermoso: luz y ocaso.
Vino la noche honda, y sus cenizas
guardaron el desvelo de los astros.

Tal jugador febril ante una carta,
un alma solitaria fue la apuesta
arriesgada y perdida en nuestro encuentro;
el cuerpo entre los hombres quedó en pena.

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.
Mira a través de esta pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.

Todo tiene su precio. Yo he pagado
el mío por aquella antigua gracia,
y así despierto; hallando tras mi sueño
un lecho solo, afuera yerta el alba.

Luis Cernuda

martes, 15 de julio de 2014

Vaso

Wakefield, quien por una broma
se perdió a si mismo.

Hablamos para nada, con palabras que caen
y son viejas ya hoy, en la boca que sabe
que no hay nada en los ojos sino algo que cae
flores que se deshacen y pudren en la tumba
y canciones que avanzan por la sombra, tam-
baleantes mejor que un borracho
y caen en las aceras con el cráneo partido
y quizá entonces cante y diga algo el cerebro
ni grito ni silencio sino algún canto cierto
y estar aquí los dos, al amparo del Verbo
sin hablar nada ya, con las bocas cosidas
las dos al grito de aquel muerto
mientras caen las estatuas y de aquellas iglesias
el revoque es la lluvia fina pero segura
sobre ese suelo inmenso que bendicen cenizas
y caen también las cruces, y los nombres se borran
de amores que decían, y de hombres que no hubo
y de pronto, en el bar, tan solos, sí tan solos,
me asomo al pozo y veo, en la copa un rostro
grotesco de algún monstruo
que ni morir ya quiere, que es una cosa sólo
que se mira y no ve, como un hombre perdido
para siempre al fondo de los hombres
extranjero en el mundo, un extraño en su cuerpo
una interrogación tan sólo que se mira sin duda
con certeza, perdida al fondo de ese vaso.

"El que no ve" 1980

Leopoldo María Panero

YO SOY EL GRAN BLASFEMO

El grito suena bien 
en el vientre de la cueva, 
el salmo bajo el mediodía 
de los templos 
y la canción en el crepúsculo... 
El grito es el primero. 

Hay un turno de voces: 
yo grito, tú rezas, él canta... 
El grito es el primero. 

Y hay un turno de bridas: 
él las lleva, tú las llevas, yo las llevo. 
Y a la hora de las sombras subterráneas 
la blasfemia reclama sus derechos. 

Los caballos piafan ya enganchados 
y la carroza aguarda... 
¿Quién la lleva? 
Yo: el blasfemo. 
Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza, 
yo la llevo. 
Éste es el poeta, 
tú eres el salmista, 
ése es el que llora,   
tú eres el que grita... 
yo soy el blasfemo. 
Yo la llevo. Yo llevo hoy la carroza, 
yo la llevo. 
¡Arriba! ¡Subid todos! 
¡Vamos hacia el infierno! 

La aijada tiene su ritmo, 
y la tralla, y el frito, y el aullido... 
y la blasfemia del cochero. 
¡Arre! 
¡Músicos, poetas y salmistas; 
obispos y guerreros! 
Voy a cantar. 
Vida mía, vida mía, 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Vida mía, vida mía, 
tengo un ojo pitañoso 
y el otro con ictericia. 
Vida mía, vida mía, 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Esta es mi copla, 
la copla de mi carne, 
la copla de mi cuerpo. 
Mas si mis ojos están sucios 
los vuestros están ciegos. 
¡Músicos, poetas y salmistas; 
obispos y guerreros! 
Voy a cantar otra vez. 

El viejo rey de Castilla 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
El viejo rey de Castilla 
tiene una pierna leprosa 
y la otra sifilítica. 
El viejo rey de Castilla 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Esta es la copla de mi tierra, 
la copla de mi reino. 
Mas si mi reino está podrido 
su espíritu es eterno. 

¡Músicos, poetas y salmistas; 
obispos y guerreros!... 
Llevadme de nuevo el compás. 
En los cuernos de la mitra 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
En los cuernos de la mitra 
hay una plegaria verde 
y otra plegaria amarilla. 
En los cuernos de la mitra 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Ésta es la copla de mi alma, 
de mi alma sin templo 
porque la bestia negra 
apocalíptica, 
lo ha llenado de estiércol. 

Tres veces cantó el gallo, 
tres veces negó Pedro, 
tres veces canto yo: 
por mi carne, 
por mi patria y por mi templo... 
Por todo lo que tuve y ya no tengo... 

¡Arre! ¡Arre! ¡Arre! 
¡Vamos al infierno! 
Tú con el laúd, éste con el salterio, 
aquel con la bocina, ése con su lamento, 
vosotros con la espada, 
y yo, como Don Juan y como Job, 
maldiciendo, blasfemando... 
cada cual con su instrumento. 

Vamos bien, 
no hemos errado el sendero. 
Conjugad otra vez: 
éste es el poeta, tú eres el salmista, 
ése es el que llora, tú eres el que grita. 
Yo soy el blasfemo... 
¿Y el sabio? ¿Donde está el sabio?
¡Eh, tu! 
Tú que sabes lo que pesan las piedras
y lo que corre el viento... 
¿Cuál es la velocidad de las tinieblas 
y la dureza del silencio? 
¿No contestas?... 
Pues las bridas son mías. Yo la llevo, 
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo. 
Músicos, sabios, poetas y salmistas, 
obispos y guerreros... 
Dejadme todavía preguntar: 
¿Quién ha roto la luna del espejo? 
¿Quién ha sido? 
¿La piedra de la huelga, 
la pistola del gángster, 
o el tapón del champaña 
que disparó el banquero? 
¿Quién ha sido? 
¿El canto rodado del poeta, 
el reculón del sabio, 
o el empujón del necio? 
¿Quién ha sido, 
la vara del juez, el báculo o el cetro? 
¿Quien ha sido? 
¿Nadie sabe quién ha sido? 
Pues las bridas son mías. 
;Adelante! ¡Arre! ¡Arre!... 
¡Vamos hacia el infierno! 
Ya no hay otro camino. 
«¿Llegaremos a tiempo?»  
«¿Antes de que amanezca?»  
«Desde luego.»  
Y para hacer más corta la jornada 
ahora cantaremos en coro, 
y cantaremos las coplas 
del Gran Conserje Pedro.
Yo llevaré la voz cantante 
y vosotros el estribillo 
con lúgubre ritmo de allegreto. 

Copla: 
Vino la guerra. 
Y para hacer obuses y torpedos 
los soldados iban recogiendo 
todos los hierros viejos de la ciudad. 
Y Pedro, el Gran Conserje Pedro, 
le dijo a un soldado: 
«Tomad esto...» 
Y le dio las llaves del templo. 

Estribillo: 
Pedro, Pedro... 
El Gran Conserje Pedro 
que ha vendido las llaves del templo. 

Copla:
Pedro... Te dijo el Señor de los Olivos 
cuando heriste con tu espada al siervo: 
«Mete esa espada en la vaina, 
que yo sé a lo que vengo.» 
Y la metiste... 
con las cajas de caudales en el templo. 

Estribillo: 
Pedro, Pedro, el Gran Conserje Pedro, 
amigo de soldados y banqueros. 

Copla: 
Y ahora tenemos que ir al cielo 
dando un gran rodeo 
por el camino del infierno, 
cavando un largo túnel en el suelo 
y preguntando a las raíces y a los topos, 
porqué ya no hay campanas 
ni espadañas, 
Pedro, y los pájaros... 
todos tus pájaros se han muerto. 

Estribillo:
¡Pedro, Pedro, 
todos tus pájaros se han muerto! 

Sin embargo, señores, 
yo no soy un escéptico 
y hay unas cuantas cosas en que creo. 
Por ejemplo, creo en el Sol, 
en el Diluvio y en el estiércol; 
en la blasfemia, 
en las lágrimas y en el infierno; 
en la guadaña y en el Viento; 
en el lagar, 
en la piedra redonda del amolador 
y en la piedra redonda del viejo molinero; 
y en el hacha que derriba los árboles 
y descuartiza los salmos y los versos; 
en la locura y en el sueño... 
y en el gas de la fiebre también creo, 
en ese gas ingrávido, 
expansivo y etéreo, 
antifilosófico, 
antidogmático y antidialéctico 
que revienta los globos... 
los grandes globos, 
los globitos y el cerebro. 

Y creo que hay luz en el rito, 
luz en el culto y luz en el misterio. 
Creo que el agua se hace vino, 
y sangre el vino, 
sangre de Dios y sangre de mi cuerpo. 
Creo que el trigo se hace harina 
y carne la harina..., 
carne de Dios y carne de mi cuerpo. 
Creo que un hombre honrado 
cuando nos da su pan 
tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos. 
Éste es mi credo. 
Éste es mi viejo credo y pronto será el vuestro. 
Ya lo iréis aprendiendo. 
Con él entraremos por la puerta norte 
y saldremos por el postigo del infierno. 
El infierno no es un fin, es un medio... 
Nos salvaremos por el fuego. 
Y no es un fuego eterno. 
Pero es, como las lágrimas, 
un elevado precio 
que hay que pagarle a Dios, 
sin bulas ni descuentos, 
para entrar en el reino de la luz, 
en el reino de los hombre, 
en el reino de los héroes, 
en el reino que vosotros 
habéis llamado siempre 
el reino beatífico del cielo. 
¡Vamos allá! 
¿Estamos todos? 
Hagamos el último recuento: 
Éste es el salmista, 
el que deshizo el salmo 
cuando dijo con ira y sin consejo: 
«Tú eres el Dios que venga mis agravios 
y sujeta debajo de mí, pueblos.» 
Y éste es el poeta luciferino, 
el que inventó el poema 
esterilizado y antiséptico 
y guardó en autoclaves la canción, 
puritano, orgulloso y fariseo. 
¡Oh, puristas y estetas! 
Aún no está limpio vuestro verso 
y su última escoria ha de dejarla 
en los crisoles del infierno. 
Aquí van los artistas sodomitas, 
los pintores bizcos 
y los poetas inversos. 

No lloréis. 
Pero no digáis tampoco 
que la Luz y el Amor se ven mejor 
torciendo la mirada o torciendo el sexo. 
Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller, 
a la gran fragua 
donde se enderezan los entuertos. 
Aquel es el que grita, 
el hombre de la furia, 
y aquel otro el que llora, 
el hombre del lamento. 
Allá va el rey leproso y sifilítico, 
éste es el sabio tímido, 
cargado de tarjetas y de miedo. 
Aquí van el juez y el gángster 
los dos juntos en el mismo verso. 
Éste es el Presidente 
demócrata y guerrero 
que desnudó la espada en el verano 
y debió desnudarla en el invierno. 
¡Ay del que se armó tan sólo 
para defender su granero, 
y no se armó 
para defender primero el pan de todos!
¡Ay, del que dice todavía: 
nos proponemos conservar lo nuestro!
Allí va el demagogo, 
aquél es el banquero, 
éstos son los cristianos 
-que ahora se llaman los  «cristeros»- 
Y éste es el hombre de la mitra, 
la bestia de dos cuernos, 
el que vendió las llaves... 
el Gran Conserje Pedro... 

¡Aquí van todos! 
Y aquí voy yo con ellos. 
Aquí voy yo también, 
yo, el hombre de la tralla, 
el de los ojos sucios... el blasfemo. 
Sí. Ahora ya sin hogar y sin reino 
sin canción y sin salmo, 
sin llaves y sin templo... 
yo la llevo, 
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo. 

Se va del salmo al llanto, 
del llanto al grito, del grito al veneno... 
¡Arre! ¡Arre! 
¡Y se gana la luz desde el infierno!

 León Felipe