Allí estábamos los dos, tumbados, en silencio. Yo acurrucada, repasando tus labios con mis dedos, dibujando tu oreja, con la cabeza apoyado sobre tu hombro. Tú estabas a mi izquierda, con los ojos cerrados y una mano suspendida en el aire. Nuestras gafas, empañadas, descansaban en la mesita de noche entre llaves y kleenex usados. Dormías como un niño y yo te susurraba una y otra vez al oído que despertaras, pero no funcionó. Me sentí tan sola como una de las mujeres de Hopper.Por eso me fuí. La gente pasaba a mi lado, pero nadie parecía recaer en mí. En cuanto llegué a casa me miré en el espejo, pero nadie se reflejó en él.
Había desaparecido.
por Laura Fraile. Valladolid.
EL PAÍS
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