martes, 6 de noviembre de 2007

El fin del viaje

La hilera de hadas le indicaba el camino, no se cansaba de observar la belleza de sus movimientos, la forma dulce en que se comunicaban y la armonía que existía entre ellas, nunca las vio discutir o enojarse, pensaba en lo lindo que sería el mundo si lográramos ese nivel de convivencia, con tanto respeto y cariño verdadero unos por otros.

Decidió que a partir de ese día arreglaría sus problemas con los demás de una forma diferente, con mayor tolerancia y respeto, a pesar de no ser una persona agresiva, Martina sentía que su orgullo muchas veces la sobrepasaba, era demasiado rigurosa al cuidar su espacio, sus momentos de soledad que solían ser muchos. Quizás eso no era bueno considerando que tenía dos hijas que deseaban salir al mundo y estar siempre en contacto con el.

Estaba en estas meditaciones y recordando a las niñas cuando las luces que la guiaban se detuvieron, soplaba un viento diferente en aquel lugar, había un desagradable aroma y la noche parecía más oscura, había algo tenebroso en todo aquello, pero en su afán de sacar valentía de donde fuera se adelantó sigilosamente y observó que habían llegado a la entrada de la cueva de la que habían hablado las hadas. En ese momento Arexia Lei le habló “Es aquí Martina, este es el lugar, nosotras no podemos seguir pero estaremos atentas al momento en que salgas, sólo ahí podemos intervenir y ayudarte si es necesario”. Luego se acercó hasta casi tocar sus mejillas y Martina sintió el mismo calor reconfortante del abrazo de sus hijas, el aroma al cabello recién lavado y la suavidad de sus piyamas de franela, le pareció estar en el hogar por breves segundos, extrañó todo aquello pero rápidamente abrió los ojos para no desconcentrarse y perder el poco valor que había logrado reunir en su corazón.
Cuando se disponía a entrar, observó que pocos metros más allá dormían abrazados dos duendes, completamente borrachos, roncaban ruidosamente y por la forma en que estaban tirados en el suelo se notaba que no habían alcanzado a llegar a la entrada, eso le facilitaba el ingreso y con largos pasos en un segundo ya estaba dentro de la cueva.
Durante un instante no vio nada, pero poco a poco y a medida que se internaba en la montaña fue visualizando el camino y todo lo que allí había. Nada digno de ser visto, en todo caso, suciedad por todos lados, restos de comida de todo tipo, frutas podridas, carne descompuesta, ratas enormes que paseaban como de compras en un mall, lo que más curiosidad le causó fue encontrar cosas como linternas, platos y hasta un saco de dormir que evidentemente los duendes robaron a turistas que jamás imaginarían el tipo de delincuentes que se llevaron sus cosas.

De pronto pasó por un riachuelo que cruzaba la ruta, el agua salía por las paredes de la montaña clara y fría. Quiso tocarla y cuando sacó la mano del agua seguía seca, pensó que era su imaginación, volvió a intentarlo, esta vez mojó su cara pero en el instante de hacer contacto con sus mejillas estas se secaron y pronto comprendió porque las hadas nunca se veían empapadas al salir del río.
Al cabo de unos 10 minutos de caminar llegó a lo que parecía ser el centro de reunión de los duendes, había allí una gran mesa hecha con troncos de árboles puestos uno al lado del otro y fraguada con barro, muchos trozos de troncos alrededor a modo de sillas, platos y vasos de madera, un fogón que aún ardía, basura y más basura que incluso hacía complicado desplazarse sin tropezar con algo.
Estando allí comprendió porque estos seres que permanecían encerrados en la montaña salían sin dudarlo, en masa cada noche sin luna a hacer sus fechorías y emborracharse con sus licores preparados especialmente para la ocasión. Razón tenían las hadas en planear tan confiadas todo para una noche como esa.
Siguió caminando pues las hadas dijeron que la reina se encontraba al final de la cueva, por suerte sólo había una ruta y ningún duende cerca.Por el camino observó que a ambos lados los duendes habían picado sobre las paredes de roca haciendo huecos, que por los restos de hojas secas y paja, éstos usaban para dormir, eran alrededor de 20 por lo que tuvo una vaga idea de cuantos duendes estaban afuera.
Desde lejos visualizó el final del camino, había una especial luminosidad en aquel lugar, se encendió su corazón de alegría cuando se acercó y vio que dentro de una botella de vidrio arrojada como un simple desecho en el suelo de la cueva se encontraba la reina dormida. Un trozo de malla amarrado con un lazo de género cubría la pequeña salida.
Martina tomó con mucho cuidado la botella, al primer movimiento la reina dio un gran salto y suspendida en el aire observó a su salvadora. No sintió temor pues enseguida ambas entraron en conexión y comprendió que había llegado por fin el momento de salir de allí.

Al instante de abandonar su cautiverio la reina comenzó a recuperar su luz y la esperanza ya casi perdida después de 5 años de cautiverio.“Mis poderes de hada no pueden contra objetos creados por humanos, puedo traspasar árboles o roca, pero no una simple botella o un trozo de plástico”-dijo la reina-.
Luego se enteró de todo con sólo mirar a Martina y leer sus pensamientos, vislumbró en ella una gran bondad, pero al mismo tiempo temores acumulados desde la infancia y otros causados por los dolores del amor no correspondido. Pensó en que esta mujer con mirada de niña debía ser realmente alguien especial para que su hija la escogiera para tal hazaña. O más bien para que ella la aceptara y no hubiera salido huyendo como hacen todos los humanos cuando ven algo que no pueden explicar racionalmente.
“Salgamos pronto de aquí querida Martina, no hay mucho tiempo más”-dijo la reina- y emprendieron el regreso.
Cuando llegaron al centro de la cueva, escucharon muchos ruidos, risas y gruñidos. Inmediatamente buscaron refugio bajo la gran mesa de troncos y esperaron, era temprano para que regresaran los duendes, pero lamentablemente eran los dos que estaban afuera cuando Martina entró, aun algo mareados y desorientados, tropezándose con todo a su paso y disputándose una especie de bolsa de cuero que aparentemente contenía restos de bebida, todo acompañado de palabras y sonidos que Martina no comprendía.

Se sentaron, alcanzaron a pelear un poco más y se durmieron nuevamente, pero esta vez sobre la mesa. Martina y la reina intentaban calmarse una a la otra mientras pensaban en como saldrían de allí sin hacer ruido. Si los duendes despertaban harían un gran alboroto y el resto de ellos no tardaría en llegar.
Pasaban los minutos y pronto comenzaría a aclarar, la verdad no tenían real noción del tiempo, a esas alturas Martina ya no podía calcular de cuanto disponían. Sólo sabía que debían salir pronto de allí.
Pasó un tiempo prudente y considerando los estruendosos ronquidos de los “feos durmientes” decidieron que podían salir si lograban no hacer ruido.La reina podía hacerlo sin problemas, pero Martina no era diminuta, casi transparente y con capacidad de vuelo, así que se volvía difícil moverse en aquel espacio reducido y lleno de trampas. Cuando ya estaba con un pie fuera del lugar su largo cabello rizado se enredó en una vara que sostenía restos de carne seca, la que calló justo en plena cabeza del duende que se veía más hostil. Enseguida este dio un feroz y agudo grito que por supuesto despertó al otro duende y no sabe como logró evadir el golpe que el duende quiso darle con el mismo palo.
Corrió con todas sus fuerzas mientras la reina volaba pegada a su oído, ayudándole a esquivar los obstáculos del camino.

“Salta, agáchate, cuidado!” –le decía la reina- mientras Martina trataba de mejorar su visión que con el susto a ratos perdía en aquella inmensa oscuridad.
Cuando pasaron por el riachuelo la reina levantó sus brazos y el agua se elevó como una cascada pero de abajo hacia arriba. “Esto detendrá por unos minutos a los duendes que detestan el agua, no serán capaces de pasar mientras logre mantenerla así” –dijo la reina-.

Cuando estaban por llegar a la salida y de lejos se veían los árboles una gran roca cubrió la entrada, ambas se detuvieron y escucharon que afuera de la cueva los duendes ya habían encontrado la forma de detener la huida.
“No podemos quedarnos aquí querida Martina, podemos salir si confías en los poderes que mi hija te dio, eran para un momento como éste y no te queda más que confiar en ellos” –dijo la reina, y prosiguió- “¡Cierra los ojos, corres contra la roca y confía, la traspasarás y cuando ya estés afuera corre sin importar lo que tengas por delante!”.
Martina observó la gran roca y no lograba aceptar lo que la reina le estaba pidiendo, pero no había tiempo, a lo lejos se escuchaban los gritos y gruñidos de los dos duendes desesperados por alcanzarlas detrás de la cortina de agua, la reina le decía que no tenía fuerza para sostener por mucho más tiempo el agua y la verdad no quedaba otra salida. Dio una última mirada hacia ambos lados y corrió con los ojos cerrados y los dientes apretados contra la dura roca y sin sentir ni el impacto de una pluma se vio volando por sobre las cabezas de los duendes que estaban fuera de la cueva y aterrizando de un gran golpe en el suelo. La reina siempre volando a la altura de su cabeza y animándola a confiar en ella y sus nuevos poderes.
Al ponerse de pie escuchó a los duendes encerrados en la cueva gritar como bestias y a los otros mirar incrédulos a esta mujer capaz de traspasar la roca y huir con el valioso tesoro que habían escondido tan celosamente durante años y esperaban sería algún día su retorno al poder sobre la naturaleza.
Rápidamente y sin pensarlo Martina se puso de pie y comenzó a correr atravesando árboles y matorrales. Mientras, tras ella una veintena de duendes furiosos intentaban darle alcance. Comenzaron a rodearla, le lanzaban piedras y todo lo que encontraban a su paso, Martina corría como nunca antes lo había hecho y antes de que la reina pudiera advertirle tomó el camino equivocado llegando de golpe a un acantilado al que los turistas iban a mirar el río que a esa altura se veía como un ligero hilo plateado.
“Tendrás que saltar” –dijo la reina-, “¿Qué?, ¿Acaso no ves que no hay forma de que sobreviva?!” – Exclamó casi sin aliento Martina- “Rápido, ya nos alcanzaron” gritó la reina- mientras esquivaban las piedras. "¡ Si confiaste en mi y en tu fuerza dentro de la montaña, debes hacerlo ahora, no hay más alternativa. ¡Respira profundo, piensa en las alas más hermosas y poderosas que puedas imaginar y salta!"
.Con los duendes casi sobre ella, esta vez no cerró los ojos, se dibujó una gran sonrisa, pensó en sus hijas, extendió sus largos brazos y se dejó caer como tantas veces en su vida soñó que haría si tuviera alas, si, aquel sueño recurrente que terminaba siempre en pesadilla al sentir que caía y caía al vacío sin llegar nunca al fondo, esta vez era una mágica realidad, de pronto estaba a centímetros del agua, con unas enormes alas que salían de su espalda y se batían con una suavidad y belleza impresionante, nunca las había imaginado así de bellas, comenzó a elevarse lentamente mientras la reina la observaba desde lejos impresionada por aquel espectáculo maravilloso.
Una humana volando como las hadas mientras comenzaba a aclarar el día y los duendes huían furiosos a su cautiverio eterno, allí estaba Martina, suspendida como por un transparente e infinito hilo amarrado a una nube, se dejaba caer sobre el río pasando sus manos por la superficie del agua, riendo como una niña en un parque de diversiones, mientras salían del río Arexia Lei y las otras hadas que acompañaron la danza feliz de Martina y la condujeron hasta la orilla porque pronto se acabaría el efecto del hechizo.
“Gracias mis queridas hadas, gracias por esta felicidad que llena mi alma” –dijo Martina, con los ojos inundados-.
“No nos agradezcas Martina, tu salvaste a nuestra reina, nos has devuelto la esperanza y la continuidad de nuestro pueblo, nosotras agradecemos tu valentía y sobretodo la nobleza de tu espíritu".

Fuiste capaz de creer en tus propios sueños, por eso escuchaste nuestra voz, viste nuestra angustia y sacando una fuerza que tu misma desconocías realizaste tus sueños. Esa fuerza está dentro de ti y hoy lo comprendiste. Siempre estuvo allí. En ti”.
La rodearon y con un hermoso canto prometieron volverse a ver, pronto, muy pronto.
FIN
La cuentera Pilar

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