lunes, 4 de junio de 2007

El inspector

- Un vino excepcional -, apuntó el inspector mientras dejaba el catavinos encima de la mesa.
- Efectivamente, he de reconocer que el enólogo este año se ha superado -, asintió Martín mientras servía otra generosa copa a su interlocutor.
- ¡¡Basta, basta!! -, indicó gesticulando el inspector, -que aunque el vino me guste, el asunto que me ha traído hasta aquí es otro bien distinto-.
- Ya supongo que es lo que le trae por nuestra bodega…..si no me equivoco vendrá por el asunto de la desaparición de Andrés, el encargado de las cubas, ¿no? -, indicó mientras alargaba la copa rellena al inspector. Este, aunque hizo un ligero amago de declinar la invitación, al final tomó la copa y la apuró de un solo trago. Después y con el pensamiento más centrado en el regusto del caldo ingerido que en la conversación, asintió lentamente con la cabe-za:
- Exacto.
A continuación volvió a dejar la copa encima de la mesa de caoba del despacho y se inclinó hacia delante en el si-llón, con objeto de acercarse más a su interlocutor.
- ¿Podría hablar con alguna persona que trabajase con Andrés?..
- No hay problema -, indicó Martín levantándose del sillón e invitando al inspector a que le acompañara hacia la puerta. – Hablaremos con su compañero Antonio. Es la persona que trabaja con él - aclaró.
- ¿Qué le ha sucedido en la cara? -, preguntó el inspector al observar de cerca de Martín.
- ¿Cuál, esto? -, respondió señalándose su ojo derecho, que presentaba un pequeño moratón. – El otro día, que me di un golpe con la puerta del tractor, pero no es nada grave -, respondió.
Mientras andaban por el pasillo en dirección a la bodega el inspector comenzó un sutil interrogatorio:
- ¿Cuándo echaron en falta a Andrés?.
Martín levantó la mirada hacia el techo, tratando de recordar: - Veamos… yo marché a Madrid el martes y cuando regresé el miércoles por la tarde me comentaron su ausencia…-, indicó.
- ¿Y en qué consiste el trabajo de Andrés?
- Pues que quiere que le diga inspector, depende de la época del año pero ahora en septiembre es cuando mas se intensifica la labor: hay que recibir la uva, descargar los remolques, preparar los contenedores de fermentación, limpiar las barricas ,etc…..¡total! un follón…..y este hombre nos ha dejado tirados precisamente ahora…. -, se la-mentó; - Como no aparezca antes de mañana voy a tener que sustituirle….y mire que lo siento porque el muchacho trabaja bien, pero….-.
- ¿Sabe si tenía problemas o gente que le quisiera mal? -, siguió inquiriendo el inspector
- ¿Quién Andrés? -, respondió Martín sorprendido, - pero si es un trozo de pan…..no creo que tenga enemigos -, confirmó mientras abría, no sin esfuerzo, el portón de la bodega.
Se trataba de una gran sala, con mas aspecto de aséptica nave industrial que de romántica y añeja bodega. El sue-lo era de baldosa rústica, al que se quedaban adheridas las suelas de los zapatos debido a los restos de mosto de-rramado. Distribuida regularmente se situaba una hilera de diez inmensos contenedores de aluminio de los que e-manaba un olor dulzón propio de los vapores de la fermentación. Al fondo de la sala aparecía una cristalera a tra-vés de la cual se distinguían las siluetas de dos personas que cacharreaban entre frascos y tubos de ensayo.
Martín entró primero en el laboratorio y procedió a las presentaciones. Juan, el enólogo de la bodega, que parecía muy ocupado con una probeta, saludó brevemente con la cabeza y se excusó por no poderles atender en ese ins-tante ya que tenía que marcharse, indicando que a la hora de la comida hablarían tranquilamente. La otra persona era Antonio, un muchacho joven, tímido y aparentemente con un ligero retraso (al menos en el habla, según pudo comprobar el inspector).
- A ver Antonio -, le dijo Martín pasándole un brazo por encima del hombro cariñosamente; - el inspector quiere hacerte algunas preguntas acerca de Andrés….
El muchacho asintió con la cabeza mientras su mirada se centraba en una pequeña uva aplastada del suelo.
- Veamos -, comenzó el inspector, - ¿tú eres compañero de Andres, no? -. El muchacho volvió a asentir levantando la cabeza, aunque mantenía la misma expresión de mirada perdida.
- ¿Desde cuándo le conoces? -, prosiguió el inspector.
- Desde chicos -, respondió, - nuestros padres son vecinos en el pueblo.
- ¿Notaste algo raro en Andrés estos últimos días?, ¿algo que no fuera habitual, fuera de lo común?......
- No señor -, respondió el muchacho encogiéndose de hombros, - toda esta semana hemos estado juntos limpiando las barricas,…la de los grandes reservas, - aclaró mirando a Martín quien le dio la razón, - y no me dijo nada…
- ¿Cuándo fue la última vez que le viste?
- ¿A Andrés?,…..creo que…a última hora del martes, cuando me iba a casa; estaba rellenando las cubas -, dijo diri-giéndose a Martín
- ¿…Las cubas? -, preguntó el inspector.
- Se refiere a las cubas de fermentación -, aclaró Martín señalando con el dedo los contenedores metálicos.
- ¿Y no te extrañó ver su coche parado a la puerta de la bodega toda la semana? -, siguió preguntando el inspector. - Pues no señor; muchas veces marcha a casa andando, sobre todo a final de mes cuando suele andar justo de dinero…
- Es cierto-, corroboró Martín, - aunque es muy buen muchacho tiene un pequeño vicio con las tragaperras, pero nada serio…. unas caminatas a casa para ahorrar en gasoil y punto -, añadió quitando hierro al detalle.
En ese momento se acercó el enólogo solicitándole a Martín que le acompañase.
- Adelante, vaya -, le indicó el inspector, - yo me quedo aquí charlando con Antonio -.
Cuando quedaron solos el inspector cambió de registro:
- ¡Menuda bodega tenéis aquí! -, exclamó mientras miraba a su alrededor
- Si, señor -, respondió Antonio siguiéndole con la mirada.
El inspector se acercó a uno de los contenedores metálicos y, ajustándose las gafas, observó la lectura de uno de los relojes.
- Es un termómetro -, aclaró Antonio,-lo usamos para controlar que la temperatura no varíe durante la fermenta-ción.
El inspector siguió caminando por la bodega seguido de cerca por Antonio. Al llegar a la última de las cubas se a-cercó al termómetro y después de darle unos golpecitos con el dedo índice para verificar la lectura continuó pa-seando mientras proseguía con el interrogatorio:
- ¿…Y tú no tienes problemas con el sueldo? -,
- Yo es que vivo con mis padres -, respondió Antonio.
- Ya., respondió el inspector mientras revisaba unas cajas de botellas apiladas…..¿pero nunca le habéis pedido a Martín que os suba el sueldo? -, insistió.
Antonio se encogió de hombros: - Yo no, pero Andrés si que ha tenido varias peloteras con el jefe -, dijo sonriendo divertido.
- ¿Bueno, pero la cosa no habrá llegado a las manos? -, siguió insistiendo el inspector aunque continuaba dándole la espalda y andando entre las cubas aparentemente distraido.
- ¡Qué va! -, contestó Antonio agitando su mano derecha; - precisamente el martes tuvieron una bronca aquí mis-mo y Juan y yo tuvimos que separarles….-.
- ¡Ah sí!-.
- Si señor -, asintió Antonio, - Andrés incluso llegó a golpear al señor Martín-.
El inspector se volvió súbitamente: - ¿Y qué hizo Martín?-.
- El señor Martín se encaró con él y gritó: “Si no fuera por tu padre, hace tiempo que estarías en la calle” -, res-pondió Antonio, -…luego se marchó-.
- ¿Qué quería decir con esa frase? -, siguió preguntando el inspector, cada vez mas interesado.
Antonio bajó el tono de su voz y se acercó al inspector: - Al parecer el padre de Andrés y el señor Martín se criaron juntos aquí en la finca y desde entonces son muy buenos amigos; por eso aceptó contratar a Andrés a pesar de sus vicios… -, concluyó Antonio.
En ese momento apareció Martín por la puerta:
- Espero que pueda acompañarnos en la comida inspector, porque he avisado que seríamos dos mas a comer -.
-Se lo agradezco-, respondió éste, - ya es un poco tarde para bajar a comer al pueblo -.
- Además Juan me ha dicho que tiene lista la primera prueba de vino del año y que nos llevará una jarra para ca-tarlo durante la comida -, puntualizó Martín.
Efectivamente el enólogo acudió a la mesa portando un par de jarras de vino recién fermentado. La comida trans-currió en un ambiente agradable y todos dieron buena cuenta de las viandas y los caldos.
- Un vino excepcional, Juan -, señaló Martín
- Es cierto -, corroboró el inspector sirviéndose otra copa. – No es que yo entienda mucho de vinos, pero éste tiene un sabor muy agradable, ¿no?.
- si, si,…-, asintió el enólogo gesticulando con los brazos, - me recuerda a cuando era pequeño; mi padre hacía vi-no y para que le diera sabor lo que hacía era sumergir un jamón dentro de la barrica -.
- ¿Cómo? -, preguntó extrañado el inspector ante tal ocurrencia.
- Sí-, aclaró Martín dirigiéndose al inspector, - hay gente que mete jamones enteros en las cubas durante el pro-ceso de fermentación; el jamón se disuelve por completo y algunos creen que el sabor se transmite al vino…pero eso no son mas que sandeces -, finalizó sonriendo.
Entonces el inspector abrió unos ojos como platos, pareció estar meditando durante unos segundos y a continua-ción se volvió hacia Juan:
- ¿Dime que no es cierto que cuando sumerges un jamón aumenta la temperatura de la cuba?.
Juan miró extrañado a Martín y a continuación se volvió hacia el inspector para responder: - pues si, aumenta unos cuantos grados la fermentación, ¿por qué?-.
El inspector palideció. Se levantó enérgicamente de la silla y apoyando ambas manos en la mesa, le preguntó:
- ¿Este vino es de la última cuba? -.
El enólogo aún mas extrañado asintió mientras se encogía de hombros. En ese instante el inspector notó un vuelco en el estómago que hubo de contener; a continuación se sirvió compulsivamente dos grandes vasos de agua, de-rramando gran parte del contenido por el mantel y bajo la mirada incrédula del resto de comensales que lo miraban extrañados. Pasados unos minutos se tranquilizó y volviéndose a Martín le preguntó:
- ¿Puede usted demostrar que estuvo fuera de la bodega entre el martes y el miércoles? -.
Martín arqueó las cejas extrañado; no obstante extrajo la cartera del bolsillo del pantalón y depositó sobre la mesa los albaranes firmados de la partida de vinos que había ido a vender a Madrid.
- Gracias -, contestó el inspector verificando los papeles. – Perdone Martín pero tenía que comprobar la coartada -, se disculpó. Entonces relató a los presentes que ya conocía el paradero de Andrés y que por favor no bebieran más vino de las jarras.

por Luis Angel Vicente Carnicero

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