lunes, 9 de abril de 2007

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Hay muchos cineastas que, a pesar de lo que su trabajo viene generando desde hace años, comienzan a perder fuerzas con el paso del tiempo, al punto de llegar a producir filmes que quedan siempre en un puesto menor que sus obras anteriores. Varios de ellos son los llamados “directores grandes”, y, casi siempre, son considerados, por las producciones independientes, soberbios y abarcadores de festivales. Dentro de aquel espectro, sin duda, Pedro Almodóvar es uno de los más citados, al tiempo que uno de los más vapuleados y alabados. ¿En dónde recae, en ese caso, el alza en el contenido, en los temas de sus producciones, lo que contraviene la tradición de “mientras más reciente la película tanto peor”? Los motivos son variados, aunque, por lo general, está la elección que todo guionista-productor encausa desde el principio: la trama. Para Almodóvar, los tiempos de las “Mujeres al borde un ataque de nervios” siguen dando que hablar; de todas formas, lo que se necesita en esta época, donde la lucha está lejos de ser o no feminista, ser o no una mujer liberal, es argumento, madurez, e ideas universales, que identifiquen a la mujer de veintitantos años, a la ama de casa, y, de paso, a los hombres que se sienten amparados en sus figuras. La mecha del pensamiento que oculta emociones bien podría haber sido cualquier suceso que afecte al grupo familiar, y que lleve a los personajes a las conversaciones grotescas, y a las vicisitudes que viajan por el universo almodovoriano. Lo cierto es que esta vez el punto a encontrar es aquel que, de alguna u otra forma, inicia inquietudes, explora lo que todos pueden llegar a sentir después de la pérdida de un ser querido; en resumen, ubicar lo que podría ser catalogado por hecho sobrenatural en un contexto de completa normalidad, sin ahondar demasiado en posibles imaginaciones; manejar el lenguaje de los símbolos y de las emociones.
Un filme sin valor agregado puede dar pie para el fracaso, de ahí que, en esta ocasión, el cineasta español se haya preocupado de enrolar a figuras femeninas de primera línea. De comienzo –una frase que está en todos los comentarios de este filme–, el reencuentro esperado con Carmen Maura, que, sin duda, actúa de manera notable, lo cual lleva a Almodóvar a conectarse con el espacio más adulto de sus ideas, para exponer algo que hasta ahora había dejado de lado: la experiencia encarnada en una actriz. Penélope Cruz, por su parte, manifiesta con creces que el puesto alcanzado dentro de las estrellas cinematográficas deja de ser marketing y un rostro bonito; en esta oportunidad, el carisma, la versatilidad y la fuerza con que interpreta a una de las hijas del “fantasma que retorna” supera lo que muchos directores querrían obtener de sus colaboradores (en frases del propio Almodóvar, “Es asombrosa, casi sin que uno se dé cuenta, en segundos, pasa de la risa al llanto”). El resto del elenco, desde una experimentada Lola Dueñas hasta una novata Yohana Cobo, aportan el círculo de las obligatorias confesiones, complicidades, que, además de pertenecer a una forma propia de convivir de las personas de zonas semi-rurales, extrapola las situaciones al mundo urbano, donde, de igual forma, las relaciones de familia se realizan con un código particular, que sólo les pertenece a ellas.
Dentro de la lista de películas de Almodóvar, sin duda, la que demuestra con total notoriedad el grado de madurez de un director, que, después de haber expuesto temáticas en su mayoría sexuales y de la vida cotidiana, ahora, toma estas ideas, y las vuelve más consistentes, más esenciales.

by Cergara.

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