martes, 10 de abril de 2007

Babel

Interesarse por la fragmentación ideológica, y los conflictos que surgen en un mundo cada vez más comunicado al tiempo que separado es el tónico del día a día. Se ve matanza, hambruna, miseria, guerrilla, palabras que salen de la boca sin reflexión, hostigamiento, y demás. La balanza, en muchas ocasiones, se vislumbra hacia el lado de las odiosidades, debido, en su gran mayoría, a que el planeta se está acostumbrando a darle el favor a la frase “el fin justifica los medios”; sobre todo, en medio de conflictos armados (ya se debe recordar lo sucedido tras el 9-11-2001).
Dentro de esta premisa, surge lo que la especialidad del cine llama “arte de autor”; la mezcla de ideas, sensaciones y opiniones, que un director despliega en alguna de sus obras. En este caso, Iñárritu rueda Babel con la esperada unificación de sus dos filmes anteriores, los cuales han sido considerados parte de una trilogía, aunque con un lenguaje cinematográfico distinto. Los une y entrelaza, esperando encontrar una perfecta comunión, un entendimiento en este mundo que, según él describe, tanto dolor e incomprensión aúna. Más que por el de los choques culturales, la película discurre por el terreno de las barreras comunicativas en un plano general.

Tal cual era de prever, a tenor de lo visto en las otras dos muestras de la trilogía, Arriaga e Iñárritu montan un gran mosaico teñido de tragedia. Dicho mosaico ha tenido una estructura dispar en sus distintas manifestaciones. En Amores Perros, cada una de las unidades temáticas se sucedía una tras otra durante el tiempo de exposición del filme. En 21 gramos, las secuencias de cada trama se mezclaban e incluso, para añadir mayor complejidad, lo hacían sin atender a una linealidad temporal. En Babel, se ha optado por inalterar el orden del tiempo, además de utilizar el montaje paralelo para unir los segmentos. La película, en esta ocasión, se separa del pseudo-progresismo en los términos de las relaciones interculturales. Habla de cómo sobreentendemos y prejuzgamos aquello que no conocemos, y que creemos conocer y ofrece, a su vez, sentimientos de miedo, rechazo e ininteligibilidad más sinceros que los de la mayoría de los discursos que intentan mostrar una tranquilidad inalterable.
Aunque se pueda hablar de irregularidad y banalidad, es cierto también que la resolución del filme es notable. Cierra las historias con tacto delicado, abusando, si acaso, de la estupenda banda sonora de Santaolalla. Ese sentimiento soterrado que se deja respirar libremente en ese brillante tramo final hace que toda la red de incomprensión que se monta a su alrededor valga la pena.
Las figuras del filme, a diferencia de sus anteriores trabajos (el caso de Brad Pitt, por ejemplo), alcanzan una solidez que se deja sentir. Gael García Bernal demuestra otra vez que Iñarritu, más que elegirlo por tradición, conoce dónde puede encontrar carácter y entrega. La fotografía, por su parte, tiene los méritos de un viejo conocido de Inárritu, Rodrigo Prieto, quien expone, con total viveza, lo que el ser humano que forma parte de
esas situaciones percibe segundo a segundo en su interior, una inseguridad que se prolonga a cada paso.

Published Sunday, January 21, 2007 by Cergara.

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